Como siempre hay que comenzar de alguna manera, aprovecho una de las efemérides de este día, 6 de marzo, la del 91º aniversario del nacimiento de Gabriel García Márquez, para recomendar en esta breve entrada algunos de los libros de este genial autor:
Comenzaré con la recomendación más obvia, que corresponde a su archifamosa novela Cien años de soledad, que hasta la fecha ha vendido más de treinta millones de ejemplares y en la que aparece en todo su esplendor el realismo mágico que se asocia siempre a la figura de García Márquez y en donde nos narra, como es conocido, la historia de una familia, los Buendía (acaso antepasados de algún vicegerente), a lo largo de varias generaciones, un poderoso artefacto literario en toda regla con una arquitectura narrativa más que enviable.
Sucede a veces que ciertos escritores, tras escribir la que se considera su obra maestra, se desinflan y no vuelven a escribir nada parecido, ni de un nivel semejante. No fue el caso de García Márquez, que, aunque resulte difícil de creer, al menos para mi gusto, logró superar su novela más reputada con otra que yo considero aún mejor. Se trata de El amor en los tiempos del cólera, inspirada en la relación de sus padres, una historia de amor sobre el Amor, concretamente sobre un hombre, Florentino Ariza, que se enamora perdidamente de Fermina Daza y, dado que su relación entre ambos no es aprobada por los padres de esta, Florentino decide esperar a Fermina todo el tiempo que sea preciso, hasta que logre conquistarla, y eso es lo que hace: aunque la espera se demore en este caso durante cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días.
Hay una tercera novela que también destacaría por encima de las demás de su produción, por el ritmo trepidante que le imprime su autor. Se trata de Crónica de una muerte anunciada, que guarda un cierto aire de novela negra y cuyo inicio ya atrapa:
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.
Aunque sabemos el final de la historia desde el mismo comienzo, y desde el propio título, García Márquez tiene la genialidad de sostener el pulso narrativo y mantener en vilo al lector, aunque este sepa reiteradamente lo que habrá de suceder, con frases como esta:
“No quiero flores en mi entierro”, me dijo, sin pensar que yo había de ocuparme al día siguiente de que no las hubiera.
Al margen de estas novelas, recomiendo encarecidamente los relatos de García Márquez, en especial un relato largo (o novela corta) titulado La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, una terrible historia que aborda el tema de la prostitución de menores en donde la joven Eréndira, huérfana, es criada y explotada, como sugiere el título, por su abuela.
Por último, el libro de relatos Doce cuentos peregrinos, es un auténtico prodigio que demuestra que la sabiduría narrativa de García Márquez no se daba solo en obras de largo recorrido, con sus novelas, sino que sabía hacer verdaderas obras maestras en distancias más cortas, con sus relatos, que no por ser más breves resultan más sencillos de escribir. En su prólogo a este libro él mismo explica esa dificultad:
Ahora sé por qué el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más intimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”. Es cierto que no rompí los borradores y las notas, pero hice algo peor: los eché al olvido.
Doce cuentos, doce joyas. Si no han leído nada de este autor, o si no conocen alguno de estos libros, sólo puedo sugerirles que se dejen llevar por la prosa mágica y envolvente, que se sorprendan con su manera de enlazar unas palabras con otras, unas frases con otras, unos párrafos con otros. Pocos lo han hecho con ese grado de maestría, aunque algunos hayan intentado imitarlo, sin saber que cualquier imitación, por buena que sea, nunca alcanzará al original.