Una de las mayores fascinaciones de los seres humanos, desde que el mundo es mundo, es la búsqueda de la eterna juventud. Cleopatra, Ponce de León o los famosos de la actualidad, por ejemplo, están o estuvieron obsesionados con encontrar la fórmula para ser siempre jóvenes. Bueno, un importante matiz: en realidad los famosos no quieren estar jóvenes, sino solo parecerlo. Esto es más sencillo porque basta con un poco de cirugía. Pero la juventud es otra cosa. ¿De qué sirve un rostro sin arrugas si nuestras articulaciones están artríticas? Eso sólo le es útil a quien busca engañar al prójimo, no a quien busca engañar a la vejez.
La eterna juventud sigue fascinándonos hoy en día, solo que ahora no buscamos respuestas en la magia sino en la Ciencia. Lo sentimos, aún no tenemos la fórmula que nos mantenga eternamente jóvenes, pero cada vez estamos más cerca de averiguar dicha fórmula. El estudio de la senescencia o envejecimiento es una de las líneas que indagamos en nuestro grupo de investigación. De hecho, los científicos sabemos que no todos los animales envejecen igual (Jones et al. 2014), e incluso los hay que no envejecen (Piraino et al. 1996). Entender cómo envejecen los animales, qué factores celulares, bioquímicos o ambientales influyen en los procesos de envejecimiento, o por qué unos animales envejecen y otros no, nos ayudarían a entender el proceso y estudiar cómo detenerlo o revertirlo.

No entraremos aquí en detalle en este extenso tema, eso daría para un libro. Tan solo hablaremos de un granito de arena que hemos puesto en el conocimiento del envejecimiento. En concreto, estudiamos si existe senescencia del sistema inmune en el sapo corredor Epidalea calamita. La senescencia del sistema inmune implica que la eficacia de este sistema, que combate los patógenos que atacan a nuestro cuerpo, empeora con la edad. Eso facilitaría que los individuos más viejos sean más susceptibles a tener enfermedades. Aún se sabe poco respecto a cómo envejece el sistema inmune en el mundo natural (Torroba & Zapata 2003), y menos aún en anfibios, donde los procesos de senescencia han sido muy poco estudiados (Nussey et al. 2013).
Nosotros, en concreto, estudiamos un componente del sistema inmune (el sistema inmune es muy complejo); concretamente, la respuesta inmune celular. Para ello inoculamos un mitógeno inocuo en las patas de los sapos y medimos cuánto se hinchaban (algo muy parecido a poner una vacuna). También estimamos la edad de los sapos mediante esqueletocronología de un dedo. Esa técnica consiste en medir los anillos de crecimiento del hueso, que indican los años vividos por el sapo, como ocurre en los árboles. Por cierto, los sapos poseen una enorme capacidad de regeneración, por lo que el dedo les vuelve a crecer (¡cómo a Deadpool!).
Los resultados fueron muy claros. A los sapos más viejos la sustancia que le inoculamos imitando una infección les provocó una reacción mucho menor. Eso sugiere que su capacidad de montar una respuesta inmune ante una sustancia extraña que ha entrado en su cuerpo es menor, y por tanto tendrán menos fuerza para combatir a un patógeno real. Estos resultados pueden explicar por qué la mortalidad aumenta a partir de determinadas edades. Esto es solo un comienzo; continuamos trabajando en esta interesantísima línea de investigación. Cuando tengamos la fórmula de la eterna juventud, seréis los primeros en saberlo… y será vuestra por un módico precio…
El estudio completo se puede encontrar en:
Zamora-Camacho, F.J. y Comas, M. (2018). Early swelling response to phytohemagglutinin is lower in older toads. PeerJ, 6: e6104. Doi: 10.7717/peerj.6104