Washington, 28 de agosto de 1963.
Los afroamericanos en EEUU aún continuaban viviendo bajo el particular «apartheid» norteamericano. Ese día, Martin Luther King pronunciaba un discurso que recogía las voces de millones de personas que reclamaban una mayor igualdad de derechos civiles. Giró el espejo, y lo colocó delante de todos, pero no todos se dieron cuenta. Ponía colofón con sus palabras a la «Marcha sobre Washington», una manifestación pacífica que reivindicaba aspectos tan básicos en derechos de ciudadanía como «leyes significativas de derechos civiles, un programa de empleo federal masivo, pleno empleo justo, vivienda decente, ejercicio del derecho al voto, y educación integrada adecuada», entre otros. Un día que supuso otro paso adelante en la lucha contra la segregación racial, dentro de un proceso de conquista por los Derechos Civiles de la población afroamericana demasiado extendido en el tiempo. Un año después, el Movimiento por los Derechos Civiles garantizó el derecho al sufragio libre a todos los ciudadanos de Estados Unidos sin ninguna restricción discriminatoria. Hasta entonces, algunos estados basaban ese derecho en criterios raciales o de alfabetización. Luther King fue asesinado 5 años después. Él tenía un sueño con el que aún sueñan millones de personas porque ese sueño aún no se ha convertido en realidad. Era un sueño social de igualdad de los que cuestan que se hagan realidad porque muchas personas creen firmemente que por su condición de clase, género y raza tienen más derecho que otras. Y así, después de 57 años, continúa presente el sueño de Luther King, y mientras tanto, el capitalismo produce riqueza para unos pocos y pobreza para el resto, y el racismo alimenta supremacía para unos pocos y discriminación para el resto, pero sin embargo todos vivimos juntos. Lo mismo deberíamos seguir girando el espejo.
«I have a dream».