Segunda de a bordo de un mediático chef que dedica más tiempo a su imagen que a su cocina, Cathy Marie quiere desvincularse de ese mundo montando su propio restaurante. Tras dejar su puesto de trabajo, debe buscar un nuevo oficio con el que completar sus ahorros antes de embarcarse en su propio negocio. A pesar de su talento, su intransigencia le ha cerrado algunas puertas. En su búsqueda se encuentra con un anuncio laboral que no es lo que parece. Al acudir a la entrevista, se da cuenta que el trabajo ofertado es para desempeñar las labores de chef en la cocina de un centro de acogida de menores migrantes no acompañados, y no puede echarse atrás. Una vez metida en faena se percata de que no puede sacar todo el trabajo adelante sola y la única solución pasa por echar mano de los jóvenes migrantes internados en el centro. El primer contacto que Cathy mantiene con ellos se centra en su formación como ayudantes de cocina. Lo que nunca hubiera imaginado era que sus habilidades y pasión por la cocina pudieran cambiar la vida de los jóvenes residentes del centro y, a su vez, que ellos pudieran enseñarle tanto.
Para ‘La Brigada de la cocina’, Louis-Julien Petit se inspiró en Catherine Grosjean. Esta heroína moderna “es una cocinera que da clases de cocina a inmigrantes en un hotel escuela del sur de Francia”, explica el cineasta. Los jóvenes llegan con ganas de aprender y todos acaban graduándose, consiguiendo un trabajo e integrándose en la sociedad francesa. Tras un retrato sin concesiones de Cathy, mujer ambiciosa que sueña con ser una chef famosa, la película amplía su enfoque y encuentra su tempo a través de los residentes del albergue.
Una comedia humanista con una energía innegable
‘La Brigada de la cocina’ tiene todos los ingredientes que caracterizan a una comedia: el humor de los diálogos en boca de personajes con un carácter fuerte, el enfoque cercano sobre un grupo social en dificultades encarnado por actores no profesionales con perfiles similares y el uso de estratagemas humanitarias que se salen de los marcos habituales que caracterizan nuestras sociedades.
Una vez más, Louis-Julien Petit consigue sacar a la luz un tema concreto: el caso de aquellos menores migrantes no acompañados que al cumplir la mayoría de edad, si no han seguido un itinerario educativo o tienen un trabajo, son deportados. Es capaz de crear una comedia humanista, comprometida, que goza de una energía innegable, sin patetismo ni vulgaridad. Junto a los jóvenes migrantes y a François Cluzet, que ejerce de director del centro, la actuación de Audrey Lamy (Cathy) es de un nivel supremo, tanto que fue galardonada con el premio a la mejor actriz en el Festival de Alpe d’Huez.