«La educación ordinaria, al contrario que la especial, es una jungla para los estudiantes con discapacidad intelectual. Más hostil según van cumpliendo años».
Existe un drama cotidiano vinculado a las personas con discapacidad, uno de tantos, que duele especialmente: el bullying a los niños y adolescentes más frágiles, con menos recursos para defenderse y denunciar. Ocho de cada diez estudiantes con discapacidad intelectual son víctimas de acoso escolar en la educación ordinaria. Hay expertos que hablan de la inmensa totalidad si el listón del abuso se rebaja hasta incluir el aislamiento, la carencia de amigos con los que relacionarse, algo que puede doler tanto o más que un insulto o un empujón.
Para todos estos menores existe un lugar seguro. En los centros de educación especial el acoso es de apenas el 3%. El estar entre iguales y con profesionales formados e implicados, con ratios reducidas, ha logrado que las agresiones desaparezcan, permitiendo cimentar sobre ese bienestar una educación personalizada.
La ordinaria, en cambio, es una jungla para ellos. Más hostil según van cumpliendo años. Es así desde hace años, es así ahora, y no se adoptan nunca medidas que protejan a todos estos niños. Al contrario, se dificulta el acceso a esos centros especializados, que son oasis de seguridad y buenas prácticas, desde la entrada en vigor de la LOMLOE y una equivocada concepción de la inclusión.
La pasada semana el grupo socialista presentó una Proposición no de Ley contra el acoso escolar a los alumnos con discapacidad que fue aprobada en el Congreso y que insta, para solventar esta enorme problemática que también afecta, aunque en menor medida, a estudiantes con otros tipos de discapacidad, a «promover actuaciones de sensibilización» y a que se «refuercen y adapten, cuando sea necesario, los protocolos de acción».
Nada más. Es decir. La nada a la que ya estamos acostumbrados. Buenas palabras sin carga de profundidad alguna que suceden a malas acciones y falta de voluntad para arreglar la situación con medidas efectivas como una reducción sustancial de ratios en ordinaria y un apoyo real a la especial, que es la mejor opción educativa para miles de niños que hoy día sufren en sus escuelas e institutos, ignorados, segregados, insultados y violentados por sus compañeros sin discapacidad.
Obras son amores. Hacen falta recursos y no buenas intenciones para mejorar la vida de las personas con discapacidad. Ya tenemos la presa de los cantos al sol rebosante. Un ejemplo reciente: la Estrategia Española en Trastornos del Espectro del Autismo aprobada por el ministerio de Bustinduy tras una década de espera. Un nombre rimbombante tras el que solo hay una dotación de 40 millones de euros. Irrisoria teniendo en cuenta que hablamos de medio millón de españoles y que tiene a las entidades del autismo a la espera de medidas concretas.
Otro más: las vergonzantes listas de espera para obtener los certificados de discapacidad y las ayudas a la dependencia, que de forma injustificable abundan en incompatibilidades entre recursos.
Ninguna campaña de sensibilización ni petición de adaptar unos protocolos cuya efectividad ya es cuestionable de serie, va a revertir de urgencia la situación de acoso a los menores con discapacidad intelectual en la escuela ordinaria. Cuestionar a la especial y negarse a aprender de sus profesionales, no entender que las personas con discapacidad no pueden encajar a martillazos en una idea, tampoco.
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