Ahora que acaba el verano, hay quienes regresan a sus hogares tras haber pasado unos días, o quizá semanas, en el pueblo del que provienen o donde vivieron de niños, al que vuelven siempre que pueden. Son… los jordis. No, no se trata de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, los Jordis, líderes del procés catalán que acabaron condenados a prisión por sedición. Aunque bien podrían, pues con la palabra jordi —así, convertida en sustantivo común— se designa en Andalucía, y en particular en el habla villacarrillense, a aquellos emigrantes que vuelven en la época estival a pasar parte de sus vacaciones al lugar que los vio nacer o del que son oriundos sus padres. El flujo migratorio masivo específicamente hacia Cataluña entre los años 50 y 70 del siglo XX (fenómeno conocido como la «novena provincia andaluza») provocó que se escogiera de forma espontánea este antropónimo para identificar popularmente a los compatriotas que se quedaron allí para trabajar y hacer sus vidas y que volvían ocasionalmente al pueblo, aunque hoy en día la denominación se hace extensiva quizá a casi cualquier visitante de otras comunidades que reúne características similares. No lo busquen en el diccionario académico, que no lo encontrarán.

Para entender la palabra jordi hay que valerse de dos conceptos: la sinécdoque y la antonomasia. Ambos pueden concebirse inicialmente como recursos retóricos o tropos, pero son al mismo tiempo dos mecanismos habituales de formación de palabras, que permiten resolver necesidades denominativas.
La sinécdoque consiste en nombrar una cosa con el nombre de otra con la que mantiene algún tipo de relación de inclusión (el todo por la parte, la parte por el todo, la especie por el género, la materia por el objeto, etc.): cuando alguien «tiene cinco bocas que alimentar» las bocas representan esa parte de un todo que son las personas; o cuando se comunica que «España ha ganado dos oros», España es el todo que esconde la parte (la selección española del deporte en cuestión), que es el oro, materia de la que están hechas las medallas obtenidas (que simbolizan, a su vez, la primera posición alcanzada).
La antonomasia, a su vez, es un tipo de sinécdoque en el que se ve involucrado un nombre propio. En este caso se utiliza jordi para catalogar personas a las que se atribuye una serie de cualidades —como ocurre con [ser un] donjuán, judas o fitipaldi, por mencionar otros ejemplos— y se vehicula a través de la elección de uno de los antropónimos más característicos de Cataluña, que resulta prominente por algún motivo (su frecuencia, su identificación cultural, etc.). Así, la voz deja de nombrar uno o varios de estos individuos y pasa a agruparlos a todos, como concepto. Es, a todos los efectos, un nombre común y por ello se escribe en minúscula.

Cuestión distinta es la de los Jordis. Como recuerda la Fundéu en sus claves de redacción relativas al procés, cuando se emplea un nombre propio compartido por varios individuos, es decir, cuando nos referimos a Jordi Sànchez y Jordi Cuixart conjuntamente, este ha de ir en letra redonda y no se ha de emplear otro procedimiento diacrítico (como las comillas, la cursiva, etc.) más allá del uso de la mayúscula inicial (los Jordis), que es lo suficientemente distintiva. La Real Academia Española, de hecho, parece reconocer que esta construcción plural es una anomalía, una especie híbrida: por un lado, se asimila a un nombre común, pero, por otro, sigue manteniendo su «condición primitiva» de nombre propio, como se advierte con el mantenimiento de la letra capital. Hay otros ejemplos célebres en nuestros días, como el del tándem formado por Javier Calvo y Javier Ambrossi, los Javis. No obstante, es frecuente encontrar vacilaciones en el uso de esta mayúscula, incluso dentro de la misma publicación («los Javis», «Los Javis», «Los javis», etc.).
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Mayores quebraderos de cabeza daba en otros tiempos la mención conjunta de dos futbolistas (hoy entrenadores), Xabi Alonso y Xavi Hernández, vasco y catalán, respectivamente. Álex Grijelmo daba un tirón de orejas a los periodistas en 2013 en su artículo «“Los dos Xabis” o “los dos Xavis”» —y, de paso, a la propia Fundéu, que no reparó en ello en 2010— al apuntar que, más allá de tener grafías distintas, los nombres Xabi y Xavi no coinciden en su pronunciación (en euskera y catalán), «hecho al que debieran atender con más mimo (y mayor respeto a nuestras lenguas) algunos narradores deportivos», por lo que, en puridad, no debían asimilarse.
Pero, en un blog dedicado a la comida y la gastronomía, ¿qué pintan estos jordis? Pues los traigo a colación porque, aparte de huir del calor y del agobio de la ciudad, para refugiarse en el fresquito estival de su particular Ítaca, los jordis se caracterizan —nos caracterizamos…— por arramblar con cuantos embutidos, chacinas, quesos, aceites y conservas encuentran disponibles en mostradores comerciales y despensas familiares, productos culinarios populares muy valorados, tanto por su calidad como por su precio, por estos inopinados urbanitas. Limpiaorzas, sentencian los locales, observando su marcha. Pero esta es (y será) otra historia.
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