¿Por qué podemos hablar de músicas tradicionales? Al igual que el idioma, o determinados usos sociales, las MT no son inmutables, cambian o evolucionan con el tiempo, pero si podemos hablar de ellas es porque mantienen determinados rasgos que permanecen de forma bastante estable: tanto rasgos musicales (escala ritmos, instrumentos, pasos de baile, estilo de canto…) como extramusicales. Algunos teorizadores distinguen entre el texto (en sentido amplio, todos los rasgos que podemos llamar formales) y el contexto o etnotexto (prácticas sociales, comportamientos más o menos ritualizados) asociado a la ocasión en que se practican esas músicas.
Podemos hablar así de comportamientos musicales que se han decantado históricamente en las diversas comunidades humanas como signos de identidad. Es eso lo que nos permite hablar de músicas folklórico-tradicionales.
En la medida en que una cultura está viva, ésta cambia de contínuo. Pero en las músicas tradicionales la creatividad se centra no tanto en la novedad por la novedad (no suele interesar) sino en cómo interpretar o reinterpretar de manera creativa lo que viene dado por la tradición: dando nuevos matices a las piezas musicales, al modo de cantarlas, improvisando las letras… Siempre dentro de determinados moldes aprendidos por tradición, porque son esas convenciones las que contribuyen a vivir en comunidad.
Precisamente uno de los puntos centrales de las músicas tradicionales es el papel que juegan a la hora de reforzar los lazos identitarios. Las músicas y bailes tradicionales siempre han jugado un papel simbólico de primer orden con ocasión de los diversos eventos o celebraciones de tipo social, sea éste familiar, vecinal o de “la entera colectividad” (el barrio, el pueblo, la ciudad, la nación).
En gran parte del mundo, desde la Revolución Industrial y sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a producirse cambios más acelerados, motivados por el progreso técnico que influyeron en los modos de vida (p.e. crecimiento acelerado de la población urbana y fenómenos asociados de éxodo rural). La aceleración en las comunicaciones provocó el incremento de los intercambios humanos, comerciales y en los modos de vida.
En muchos lugares los folklores locales [palabra y concepto que merecería otra entrada] comenzaron a perder peso frente a otras influencias transversales. El peso de la tradición ligada a la oralidad perdió fuerza frente a otras influencias culturales “del exterior”. Donde las tradiciones musicales se mantenían fuertes, se produjo un diálogo o mezcla con las músicas más expansivas de la circulación internacional, dando lugar a procesos interesantes de intercambio o mezcla, pero no de desaparición. Donde las tradiciones musicales habían decaído o eran débiles, sencillamente desaparecieron y fueron sustituidas por otras músicas más expansivas, habitualmente ligadas a nuevos comportamienetos.
En efecto las músicas tradicionales pueden perder su popularidad hasta desaparecer cuando cambian los modos de vida tradicionalmente asociados a ellas. Entonces se convierten en asunto del pasado. En España por ejemplo los cantos de trabajo tradicionales desaparecieron cuando las condiciones de trabajo desaparecieron (cantos de arada, de siega, de trilla…). Los villancicos perdieron popularidad cuando las celebraciones familiares tradicionalmente ligadas a la Navidad perdieron fuerza o cambiaron. No obstante en Andalucía contamos con interesantes ejemplos de popularidad mantenida o de revitalización o revival, como es el caso de las pastorás de los montes de Málaga, las zambombas de Arcos o Jerez de la Frontera o los mochileros en el sur de la provincia de Córdoba.
Así podríamos seguir. Los bailes tradicionales, han permanecido o desaparecido, o evolucionado, dependiendo de las circunstancias de cada caso. Desde los siglos XVI al XIX hubo un repertorio muy extendido de bailes de pareja que se puede englobar bajo el nombre genérico de fandangos, jotas o seguidillas. Estaban asociados a un tipo particular de celebración festiva. Diversas versiones de esos bailes de pareja las encontramos en algunos países americanos de habla hispana, donde aún hoy son conocidos bajo el nombre genérico de fandangos. Engrosan lo que Argeliers León denominó el Cancionero Termario Caribeño. Su estudio lo reservamos para otra enetrada.