Las músicas tradicionales pueden ser definidas, además de por sus caracteres formales (según de qué tradición concreta se trate) por determinados rasgos socio-culturales que suelen ir asociados a ellas. Algunos etnomusicólogos como el inglés Cecil Sharp, el rumano Constantin Brailoiu o el músico y musicólogo húngaro Béla Bartok, teorizaron sobre las músicas tradicionales. Pero aquí acudiremos al español Ramón Menéndez Pidal, estudioso del romancero y la canción lírica tradicional hispanoamericana para centrar el tema de la tradicionalidad aplicado a la música.
Menéndez Pidal definió lo tradicional como lo “popular decantado en el tiempo”: las músicas que permanecen siendo populares en una comunidad de personas durante un tiempo, durante generaciones, llegan a adquirir el carácter de tradicionales. Las comunidades humanas comparten determinados rasgos culturales: modos de vida, de relacionarse, de trabajar, organizarse socialmente, etc. Esos rasgos culturales compartidos no tienen por qué ser exclusivos de cada comunidad pero sí son “representativos”, constituyen como signos de su indemnidad cultural.
Las músicas tradicionales (mt), también forman parte de esos rasgos culturales compartidos, forman parte de la cultura popular o folklore de una comunidad humana. Al igual que el idioma o determinados usos sociales, las mt no son inmutables pero sí muestran determinados rasgos que permanecen de forma bastante estable, tanto formales como asociados a comportamientos de tipo social (las actividades humanas a las que suelen asociarse, sean festividades, modos de relación social o familiar, modos de trabajo, etc.). Por tanto rasgos tanto musicales (escala ritmos, instrumentos, pasos de baile, estilo de canto…) como extramusicales. Algunos han distinguido entre el “texto” (en sentido amplio) y el contexto o etnotexto (prácticas sociales, comportamientos más o menos ritualizados) asociado a la ocasión en que se practican esas músicas.
Esos rasgos formales en la medida en que son característicos de las comunidades humanas constituyen como signos de identidad. Precisamente por eso podemos hablar de músicas folklórico-tradicionales. Cierto que en ellas se da una evolución y cambio, pero lento. En la medida en que una cultura está viva, ésta cambia poco a poco, pero en las sociedades tradicionales la creatividad se centra no en la novedad por la novedad (no interesa) sino en cómo interpretar o reinterpretar de manera original lo que viene dado por la tradición: en darle nuevos matices a las piezas tradicionales, al modo de cantar, o bailar, en improvisar las letras dentro de determinados moldes aprendidos por la tradición, etc.
En gran parte del mundo, desde la Revolución Industrial y sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a producirse cambios más acelerados, motivados por el progreso técnico que influyó en los modos de vida (p.e. crecimiento acelerado de la población urbana y fenómenos asociados de éxodo rural). Un nuevo ritmo en las comunicaciones provocó el incremento de los intercambios humanos, comerciales y en los modos de vida. En muchos lugares el folklore [palabra y concepto del que hablaremos en otra entrada] comenzó a perder peso frente a influencias transversales provenientes de otros lugares. El peso de la tradición ligada a la oralidad perdió fuerza frente a otras influencias culturales «del exterior». Donde las tradiciones musicales se mantenían fuertes, se produjo un diálogo con las músicas más expansivas de la circulación internacional, dando lugar a procesos interesantes de mezcla o cambio pero no de desaparición. Donde las tradiciones musicales habían decaído o eran débiles, sencillamente desaparecieron y fueron sustituidas por otras músicas.
En efecto las músicas tradicionales pueden perder popularidad hasta desaparecer cuando cambian los modos de vida tradicionalmente asociados a ellas. En España por ejemplo los cantos de trabajo tradicionales desaparecieron cuando las condiciones de trabajo desaparecieron (cantos de arada, de siega, de trilla…). Los villancicos han perdido popularidad cuando las celebraciones navideñas familiares han perdido fuerza o han cambiado. En cuanto a los bailes tradicionales, han permanecido o desaparecido, o evolucionado, dependiendo de las circunstancias de cada caso. Desde los siglos XVI al XIX hubo un repertorio muy extendido de bailes de pareja que se puede englobar bajo el nombre genérico de fandangos, jotas o seguidillas. Tuvieron tanta popularidad que diversas versiones de esos bailes de pareja tomaron un nuevo auge en los países de habla hispana en América, donde aun hoy en algunos lugares son conocidos bajo el nombre genérico de fandangos. Se integran en lo que Argeliers León denominó el Cancionero Termario Caribeño. Su estudio lo reservamos para otro documento.