Por Laura María Pérez Gutiérrez
Desde nuestra perspectiva actual podemos distinguir a mujeres que no conocieron la conciencia de género pero trataron de vivir como si lo hicieran. Las tonadilleras del Madrid de la Ilustración se revelan como un perfecto ejemplo que servirá como referente en la sociedad. Tanto es así, que la tonadilla es considerada por los intérpretes como un género de “actor” y no de autor, pues la propia personalidad de los mismos era la que daba vida a este género cargado de costumbrismo español y sátira.
Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!
Con este verso sería identificada una de las tonadilleras más distinguidas en los teatros de la Cruz y del Príncipe, María Antonia Vallejo Fernández. Nacida en la ciudad granadina de Motril en 1750, y habiendo comenzado su carrera en Cádiz y Zaragoza, llega al Madrid de Carlos III no solo para revolucionar y avivar el género, sino también para convertirse en un modelo a seguir en la moda y escapar del papel anónimo y secundario que debía ocupar la mujer española de su tiempo. Testigo de ello encontramos a Goya, quien utiliza su típico tocado para adornar el peinado de las damas de la corte en sus cuadros o a la propia duquesa de Alba y duquesa de Benavente, quienes tratan de enfrentarse a La caramba por el revuelo originado a partir de sus letras e interpretaciones.
María Antonia La Caramba llegó a ocupar el puesto de tercera de cantado, conocido como el de “la graciosa”. Se dedicaba a los papeles cómicos y en su distinguida expresión lírica, combinada con la danza, imprimía una fuerte personalidad que conquistaba a su público. Su vida ha sido estudiada por numerosos autores como Antonina Rodrigo, José Subirá, José Blas Vega, Eduardo Marquina o Andrés Ruiz Castillo, quien rodó una película inspirada en sus proezas en 1950. Gracias a estos trabajos conocemos hechos que dan ejemplo de su conciencia y perspectiva de género. Debido a su labor como comediante, la familia del que sería su futuro marido Agustín de Sauminque, se negó a celebrar su enlace, por lo que fue ella misma quien aportó su propia dote y organizó una boda en secreto en la parroquia de los cómicos. En dicho acto, además de mostrar su gran solvencia económica, algo poco usual para una mujer de la época, también sacó a relucir su astucia al hacer firmar que su esposo no podía tener acceso a este dinero y que ella podría recuperarlo en caso de divorcio, algo que sucedió tan solo un mes después, pues no estaba dispuesta a adoptar una posición de esposa entregada a su hogar y abandonar los escenarios. Por otra parte, a lo largo de toda su vida también se preocupó por preservar su independencia tratando de no airear sus romances y ser siempre reconocida por sí misma y su profesión y no como “la amante de”.
Sin duda, aparte de alcanzar grandes éxitos como tonadillera logró crear una imagen en torno a ella que la distinguía como una mujer con posibles que pretendía derribar las barreras entre clases y que luchaba por la independencia y profesionalización de la mujer en primera persona.
Sin embargo, dejando tras de sí toda una estela de seguidores, en 1785, durante la Cuaresma y la consiguiente suspensión de las representaciones, su vida cambió radicalmente tras oír un sermón en el Convento de Capuchinos de San Francisco del Prado. Abandonó los escenarios y su fastuosa vida para dedicarse a la penitencia y la caridad. ¿Qué le llevo a una mujer de grandes convicciones a abandonar sus ideas? ¿Acaso se vio sucumbida por el pensamiento de la época? Tras dos duros años de penitencia murió en 1987, pero dejó tras de sí una imagen en la historia que sería tomada por otras mujeres como es el caso de las cupletistas o las folclóricas de la copla, a las que ayudaría en su empoderamiento. Cabe destacar a Conchita Piquer, una de las figuras más relevantes de la copla que decidió rendir homenaje a María La caramba en una de sus tonadillas:
¡Ay, María Antonia Fernández!,
todo Madrid por ti canta de noche y día.
Y los manolos que van al Prado
se han vuelto locos y enamorados,
que la Caramba, cuando va andando,
canela en rama va derramando.
¡Viva el jaleo, qué viva, viva la Alhambra!
¡Qué vivan los ojos negros,
negros, negritos de La Caramba!
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