Por Lidia Calvo Martínez

El pasado octubre la cantante Aitana Ocaña arrancó su gira Alpha, con una renovada escenografía. Durante la interpretación de Mi amor, su coreografía suscitó diversas opiniones  (ver vídeo), viralizándose el vídeo en redes sociales y generando una batalla entre el público que apoyaba a la cantante barcelonesa, y aquellos que tachaban sus movimientos de “pornográficos” y poco aptos para los menores que habían acudido al concierto.

Sin embargo, no es la primera vez que asistimos al escrutinio público de una mujer por mostrar abiertamente su sexualidad a través del baile. En 2013, Miley Cyrus se convirtió en el centro de la crítica por parte del público a causa de sus movimientos  “demasiado sexuales” mientras cantaba Blurred Lines junto con Robin Thicke (ver vídeo). Ambos acontecimientos son dos buenos ejemplos de cómo el patriarcado niega la posibilidad a las mujeres de ser dueñas y agentes de su sexualidad hasta el punto de negarles mostrarla abiertamente.

Asistimos a dos casos de slutshamming, un fenómeno social que consiste en señalar públicamente a una mujer por su supuesta actividad sexual con el fin de avergonzarla, dañar su reputación y regular su sexualidad (VERA, SF) y que ha aumentado en las últimas décadas debido al auge de las redes sociales. Tanto hombres como mujeres han utilizado Internet para perpetuar y mantener la supresión cultural de la sexualidad femenina y exponer a las mujeres a un mayor escrutinio sobre su comportamiento sexual (WEBB, 2015). Según Elisa Tate, los espacios de las redes sociales no representan espacios tolerantes, sino tecnologías opresivas y de género (TATE, 2016), reflejando así el sistema en el cual vivimos.

Por otro lado, algunas voces de un sector del feminismo juegan la “carta de la hipersexualización” de forma indiscriminada, culpabilizando a las mujeres por mostrarse demasiado sexualizadas, algo que (según argumentan) no es verdaderamente feminista, beneficia al sistema y en lugar de empoderar a las artistas, les denigra. Siendo innegable el hecho de que muchas veces la industria musical (y en general el sistema patriarcal) se aprovecha del (¿falso?) empoderamiento femenino para emplear a las mujeres como reclamo, no podemos negar a las mujeres la posibilidad de mostrar su sexualidad abiertamente sin sentir vergüenza.

Cabe reflexionar también sobre lo que consideramos sexual, sexualizado, sexualizante, hipersexualizado… El sexo es todavía un tabú en la sociedad, y la sexualidad y el placer de las mujeres todavía más. La canción de Aitana reza:

Pasamos toda la noche jugando

un beso en el cuello y empezamos

sus labios mojados y ella encima de mí

No es tan sorprendente que los movimientos que acompañen estas palabras impliquen una alusión al sexo.

Podemos recordar también el caso de Marisol (Pepa Flores), quien recibió numerosas críticas cuando dejó de mostrarse al público como la niña inocente que le habían obligado a ser. Marisol, producto milimetrado para el éxito masivo y el simbolismo de un régimen que comenzaba a mirar al mundo, se revolvía contra el icono en que le habían transformado (APARICIO, 2020). Vemos entonces cómo muchas veces la madurez de las artistas es mal recibida por el público. Las artistas crecen, maduran y las temáticas que tratan en sus canciones evolucionan con ellas, reflejando sus experiencias en su música. Tanto Miley Cyrus como Aitana fueron productos de empresas (Disney Channel y Operación Triunfo, respectivamente) y, una vez encontraron su propia voz, desearon desvincularse de ese pasado y mostrar su nuevo yo, donde la sexualidad forma parte de sus vidas. ¿Tan escandalizante y negativo es que los más jóvenes escuchen a mujeres hablar sobre su forma de experimentar el sexo?

Los sociólogos Gong y Hoffman interpretan el slutshaming como “una desaprobación del deseo y la expresión sexual femenina y un juicio de que las mujeres que participan en actividades sexuales son malas o sucias” (GONG Y HOFFMANN, 2012). Cuando se trata de expresión sexual, a las mujeres se les niegan las libertades de las que disfrutan los hombres (WEBB, 2015). Todas estas reflexiones me llevan a proponer que debemos de reivindicar la presencia de personas con perspectiva de género en todas las disciplinas, incluyendo los medios de comunicación y la crítica musical, con tal de evitar que se juzgue la música de las mujeres desde ópticas injustas y poco feministas, y garantizando que el placer femenino sea una temática válida en la sociedad actual.  Reconocer esta violencia contra las mujeres artistas es el primer paso para combatirla.

 

Bibliografía

Vera Morales,  Katya.  La violencia de género en línea contra las mujeres y niñas: Guía de conceptos básicos, herramientas de seguridad digital y estrategias de respuesta. Preparado por la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos (OAS. Documentos oficiales; OEA/Ser.D/XXV.25).

Webb, Lewis. “Shame transfigured: Slut-shaming from Rome to cyberspaces”. First Monday, Volume 20, Number 4 ­ 6 April, 2015.

Tate, Elisa. “Challenging Women’s. Digital Agency: The Frequency of Slut Shaming in Social Media”. The iJournal (1), Spring, 2016.

Aparicio, Enrique F. “Marisol, el mito se hizo carne. Goya de Honor”. Academia, la revista del cine español, edición de 2020. Consultado a través de: https://www.academiadecine.com/.

Gong L. y Hoffman A. “Sexting and slut shaming: Why prosecution of teens’ self-sexters harms women”. Georgetown Journal of Gender and the Law 2012.

 

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