La llegada. 23 de agosto de 2025.
Volver a América Latina siempre es un gusto, pero hoy se siente extrañamente familiar, un volver a casa. Mi nombre es Elena y soy mexicana, llevo cuatro años viviendo en España. Dos másteres, dos cambios de ciudad, 8 mudanzas y casi tres años de no pisar Latinoamérica, pero estoy de vuelta.
Ahora en El Salvador. Sólo me tomó 30 horas de vuelo, con 3 conexiones y 5 horas de bus desde Guatemala. Me ha recibido Montse, mi tutora por parte de la cooperación andaluza, una catalana enamorada de El Salvador que se quedó. Se quedó desde hace más de dos décadas tras un viaje mochila al hombro desde la Patagonia, un viaje que también fue de carretera. Sí, cruzó Latinoamérica en moto. Y es importante aclara que, sí, hablamos de Latinoamérica y no Hispanoamérica, porque la identidad no la deciden otros, la decide el pueblo, los pueblos, todos los pueblos. Al menos desde una mirada alejada de la visión neocolonial recalcitrante que no para de reconstruirse otra vez, en Europa, ahora desde el discurso público y atendiendo a intereses muy concretos (y muy dispares a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo sostenible). En fin, volviendo a Montse que ella se quedó y aprendió, deconstruyó y se arraigó y ahora es una salvadoreña más quién a veces (y sobre todo como suele ser con quienes experimentamos la realidad migrante) lo único que le pesa realmente es estar lejos de la familia, porque tu hogar ya no está en el lugar en que naciste.
Después de conocer a mi amable casera Nati y dejar las maletas, comenzó el primer día. ¿Qué es lo que noté? Compromiso, cercanía, entusiasmo, una mano amiga que acoge. Pero también miedo, incertidumbre, desasosiego, dolor, mucho dolor. Supongo que decir así las cosas sin que medie una oración que conecte puede parecer burdo, inconexo o hasta absurdo, pero eso quiero transmitir, que mi primer encuentro fue así, un parteaguas, profundo a manos llenas pero ambivalente, de una alta intensidad que se percibe enseguida contrastante.
Y no podía ser de otra manera. Conocía de antemano el pasado de lucha de El Salvador, primero estando en México, hace ya unos años, cuando comencé a interesarme por los procesos de construcción de paz, con el «qué pasa después de», la historia de los vencidos, al fin y al cabo, pensando en Miguel León Portilla.
A Latinoamérica han llegado las comisiones de la verdad, los procesos de justicia transicional, tenemos un Sistema Interamericano de Derechos Humanos sólido, coherente, un referente que nace de la lucha social, del insistir y del resistir y sí, se ha avanzado mucho (aunque el norte global no suela hablar de ello), pero parece ser que, la historia de Latinoamérica, es como un río de caudal fuerte, en donde siempre se nada a contracorriente y que, aunque sintamos que tocamos la riviera, la tierra mojada, a veces, todos los esfuerzos titánicos e incansables que supusieron las vidas de varias generaciones enteras, solo han alcanzado para mantener apenas, la cabeza fuera del agua.
En fin, que a lo que quería llegar es que, al conocer ALGES (la organización histórica que salvaguarda los derechos de las personas lisiadas de guerra de El Salvador) punto de encuentro (y hogar) de mis entrañables compañeros en estas cortitas, pero significativas ocho semanas, eso fue lo que percibí. Una calidez humana enorme, pero también muchas heridas, heridas de una lucha que aún no termina y que ahora incluso, se encuentra con una realidad que parece más difícil de hacerle frente.
Los salvadoreños son personas suaves, yo diría eso, suaves, aunque también muy fuertes, llamó mi atención que en las reuniones de la Junta Directiva Nacional y del equipo técnico (como cada lunes desde 1997). Victorino, el Jefe de Organización tenía un tono así, suave. Mientras organizaba 14 Departamentos (división territorial administrativa de El Salvador) en razón de sus respectivas labores, de la logística, los presupuestos, las salidas a terreno y un largo etcétera; en todo momento, se mantuvo firme, enfocado y con un tono de voz muy, muy bajo, a veces casi imperceptible.
Pero todo el equipo en ningún momento parpadeó, todos escucharon con atención a cada detalle, tomaron nota, participaron, enriquecieron el diálogo, y es que es así, o así debería ser, al menos. Organizar debe ser tarea de quién sabe poner de acuerdo a una comunidad, quién es cercano y sabe comunicar, quién tiene ideas claras, quién coordina, quién optimiza las maneras de colaborar, no quién habla más fuerte, quién impone, quien crea animadversión, quién siembra discordia y crea antagonismo. Liderazgo, le llaman.
El tono no es ceremonial ni formal, sí técnico, pero sólo cuando es necesario. Más allá de eso, siempre hay un espacio para la cercanía (en la que seguiré haciendo énfasis), un sentido del humor común y una preocupación genuina por el otro. Exige una suave sutileza recordar las situaciones que cada uno vive: si es que existe un familiar delicado de salud de uno de los presentes, la canción favorita del motorista, aquella anécdota en terreno de la que todos se acuerdan (y ríen), el sabor favorito de pupusas de la niña Glorita y en mi caso, la dieta vegetariana de uno de los nuevos integrantes. Una más al fin.
Pero esa misma tarde, se reveló ante mí, la otra cara, a veces solemne, a veces, doliente. ¿Qué esta pasando en El Salvador? Nayib Bukele está pasando.
Una nueva institucionalidad, afirman algunos. Si bien, había permanecido hasta cierto punto (e intencionalmente) alejada de la figura de Bukele, hasta en tanto no pisar El Salvador y escuchar de viva voz de los salvadoreños lo que estaba pasando, algo parecía no estar bien. Y no, no lo estaba.
Empiezan a salir hechos a raudales. Primera fueron las maras, sí, hubo una época en que los diarios internacionales mencionaban todo el tiempo a El Salvador, pero no por las mejores razones. Pandillas, secuestros, homicidios, drogas. Llegó Bukele como una figura casi mesiánica de planteamientos simples, entendibles para todos: detenciones masivas, penas muy altas (abandonando el principio de proporcionalidad del derecho penal), sentencias muchas sentencias. Control absoluto de la Asamblea Legislativa, Militarismo, un régimen de excepción desde el 27 de marzo de 2022, 3 años y contando.
Después vinieron objetivos concretos, líderes comunitarios, ambientalistas, defensores de los derechos humanos y del territorio, activistas, abogados y médicos, todos detenidos solo por mantenerse en una opinión política radical: la conciencia social. Luego escaló, comuneros, obreros trabajando, limpiando, reparando, madres trabajadoras, profesoras, literalmente cualquiera. Había que llenar una cuota.
Cerrar canales, tirar puentes, crear realidades alternas, controlar el discurso ¿Qué podría salir mal? ¿Quién podría contradecir la realidad creada por Nayib Bukele?
Bueno, pues quizá quienes vienen de fuera, quienes vienen y van, pero que al mismo tiempo se interesan, quienes con el tiempo se sienten un poco de acá, quienes crean lazos y conocen la realidad social, los que ¿por qué no? invierten fondos, diseñan proyectos, los ejecutan, pero también evalúan, también son mensajeros, también tienen el privilegio de tener voz. El norte global al fin, pero dentro de este, los que están. Ellos son el siguiente objetivo.
La solidaridad internacional no comenzó ahora, tiene historia, una historia muy profunda y muy arraigada, identitaria, en todos y cada uno de los salvadoreños. Durante el conflicto armado hubo reconocimiento internacional hacia los combatientes como fuerza legítima del pueblo. Varios cientos de médicos extranjeros formaron a miles de sanitarias y sanitarios que salvaron la vida de sus compañeros combatientes, pero también de niños y de ancianos. Heridos graves fueron atendidos en hospitales en Cuba, formación táctica y militar desde muchas latitudes, decenas de miles de refugiados en el norte global, ayuda humanitaria del CICR. No, la solidaridad internacional no es nueva en El Salvador
Así inició el primer día.
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