La fiel descripción con que da comienzo esta obra, de un hecho habitual y de lo más cotidiano para cualquier persona, conductor o viandante que desarrolla su vida en una ciudad, a pocos les podría llevar a pensar en el sorprendente desarrollo de los siguientes acontecimientos. A no ser, claro está, por lo sugerente de su título: Ensayo sobre la ceguera.
Y de repente llegó el caos
Imagínense por instante o más bien por un periodo de tiempo relativamente largo, un mundo al que, progresivamente y de manera inexplicable, comienza a acecharle un extraño ¿virus? que transmite, mediante el simple contacto con alguna persona ya afectada, una blanca ceguera. Un mundo en el que, de manera inexplicable, todos sus habitantes salvo una sola persona dotada de una extraña inmunidad, de repente, son susceptibles de perder el sentido de la vista.
El miedo, la angustia, la impotencia y la ansiedad se apodera de la población. Unos por la pérdida que supone pasar, en un instante, de la visión del mundo con total nitidez a la más absoluta de las cegueras, por muy blanca que ésta sea. Para el resto, los no afectados, el pánico que inspira el sentimiento de vulnerabilidad y la ausencia de una vacuna -o cualquier otro método- que inmunice frente al mal que afecta a los apestados.
Y, efectivamente, llegó el caos más absoluto. El sálvese quien pueda de la forma más práctica y rápida, aunque no sea la más ética ni la más moral y plausible posible. Y gracias a que siempre hay alguien que, de forma altruista, se presta a ayudar a los más desvalidos frente a aquéllos que, en una sociedad a la que tildamos de desarrollada, se comportan como vándalos y bandidos egoístas. Una sociedad infestada de seres que no dudan, ni por instante, en aprovecharse de la debilidad ajena para cubrir sus más bajas y mezquinas necesidades.
Y, también de repente, volvió la luz
Y del mismo modo en que ese extraño, repentino y agresivo ¿virus?, o lo que fuera que provocó aquella blanca ceguera colectiva -muchos podrían pensar que fue un castigo de Dios por la infamia de un mundo lleno de avaricia y egoísmo-, la luz se hizo de nuevo y los apestados, uno a uno comenzaron a recuperar la visión.
El Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, fue capaz, no sólo de imaginar este escenario, sino de describirlo y transmitirlo, plasmándolo en esta novela con la lucidez digna de un ciego -novel, eso sí-, que cuenta tan solo con el resto de sus sentidos para dirigirse por el mundo.
Ensayo sobre la ceguera es una invitación a la reflexión sobre un mal que acecha a la sociedad en la que vivimos: el egoísmo. Un mal que, lamentablemente, se transmite con una pasmosa facilidad.
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