Hay pocos libros que aborden de un modo exclusivo la temática navideña, a excepción, eso sí, de los típicos relatos cuya visión idealizada de la Navidad está claramente dirigida a un público infantil para el que la Navidad tiene algo de mágico. Pero al margen de los centenares de relatos de este tipo, algunos de gran calidad, pese a estar dirigidos a un público muy concreto, me vienen a la memoria algunos relatos escritos por autores que, de un modo u otro, quisieron dejar su visión, a veces cruel, a veces amable, de una época que, indudablemente, despierta el interés y provoca en las personas un cúmulo de buenos propósitos que, por desgracia, no tardan en desvanecerse con la llegada del nuevo año. Entre estos relatos infantiles me gustaría destacar algunos muy conocidos pero que me parecen especiales. Por ejemplo, La cerillera, de Hans Christian Andersen, un autor muy querido por Ana María Matute, o El Cascanueces, de Hoffmann, que además inspiró la genial música de Tchaikovsky. Y aunque no tienen exactamente temática navideña, vale la pena mencionar El soldadito de plomo, también de Andersen, que me recuerda a la Navidad porque en ese cuento hay un niño que recibe regalos, y aunque son para su cumpleaños, los regalos son algo que se asocia indefectiblemente a la Navidad. Igual ocurre con El gigante egoísta de Oscar Wilde, que aunque no menciona explícitamente la Navidad, nos recuerda la crudeza del invierno que es justamente la época en la que el gigante egoísta se siente más triste, solo y desamparado.
Pero sin duda alguna, el relato más obvio que todo el mundo asocia a la Navidad es el famosísimo Cuento de Navidad de Charles Dickens, un relato que ha traspasado todas las fronteras e idiomas pues posiblemente se trate del cuento navideño que en más ocasiones se ha versionado en películas, y adaptaciones de todo tipo. Naturalmente, el relato de Dickens es el arquetipo de las historias navideñas y, pese a lo conocidísimo que es, resulta absolutamente recomendable su lectura (y en general la lectura de Charles Dickens).
Existen otros muchos relatos de autores consagrados que se escribieron sobre la Navidad pensando en los niños. La lista es larga, pero vale la pena mencionar algunos nombres muy destacados: Benito Pérez Galdós nos contó su visión de la Navidad en La mula y el buey; el extravagante Valle-Inclán se refirió a ella en La adoración de los Reyes; incluso un escritor tan realista y pesimista como Dostoievsky no se resistió a su encanto en Un árbol de Noel y una boda; el gran poeta Rubén Darío ensayó con su habitual lirismo un bonito cuento de Navidad titulado Cuento de Nochebuena; y el singular e imaginativo Tolkien escribió un cuento pensado para sus nietos, Cartas de Papa Noel.
En otro orden, existen relatos navideños que parecen más pensados para un público adulto. En esa línea hay muchísimos ejemplos igualmente destacables: uno de los más originales nos lo dio el genial Isaac Asimov con su Navidad en Ganímedes, que mezcla de forma singular Navidad y ciencia-ficción; o el particularísimo relato de Chesterton titulado La tienda de los fantasmas, en la que incluye entre sus personajes (todos fantasmales) al mismísimo Papá Noel y al gran Charles Dickens. Uno de los cuentistas a quien más admiro, Guy de Mauppassant, escribió con su habitual maestría un relato fantástico titulado Cuento de Navidad. El poeta Bécquer nos relató la lúgubre historia del organillero Maese Pérez, y una autora realista como Emilia Pardo Bazán, nos dejó excelentes relatos con esa temática como La Navidad del pavo, El belén, o La Nochebuena del carpintero, y en la misma línea el injustamente olvidado Blasco Ibáñez nos narró un relato sobre la lotería navideña en El premio gordo.
Pero uno de los relatos navideños que personalmente más me gustan es el que se incluye en Smoke, de Paul Auster, el conocido como El cuento de Navidad de Auggie Wren. La historia de Auggie (el estanquero de Smoke) es ciertamente conmovedora y original. Una de las mejores historias que recuerdo de Paul Auster, cuya adaptación al cine, dicho sea de paso, me pareció espléndida.
Existen muchísimos más relatos sobre la Navidad, la lista es inmensa, pero estos son algunos que he recordado y de los que he querido hablar, pues todos ellos son de grandes narradores de relatos a los que admiro profundamente.

El origen de esta historia se remonta al año 2002, en el que se produjo la demolición de una casa que había Granada. Recuerdo que aquella demolición suscitó bastante polémica, pues, como suele suceder en política, unos partidos se culpaban a otros de haber permitido la demolición de una casa que, si bien no era, arquitectónicamente hablando, un edificio que pueda ser catalogado como bien de interés cultural, ni nada parecido, sí creo que fue una de las víctimas de una época marcada por la construcción en exceso, sin ningún orden ni sentido de la medida.
A veces sucede que el origen de una historia es una simple idea o una imagen que, por sí sola, no parece conducir a ningún sitio. La idea para escribir esta novela me la dio un amigo que, en una ocasión, me propuso que, dada mi afición al cine y a los libros, podría escribir, según él, sin mucha dificultad, una historia que fuese fácilmente adaptable al cine aunque no fuese exactamente un guión. Incluso recuerdo que añadió que si escribía una novela negra, que por aquel entonces volvieron a ponerse de moda, sería ideal porque normalmente las novelas negras son fácilmente adaptables al cine. Yo no le hice mucho caso, en primer lugar porque no me consideraba capaz de inventar una trama al estilo del género negro y convertirla en una historia de más de doscientas páginas y en segundo lugar porque por aquella época me había sobrevenido un cierto desánimo en el asunto de la creación literaria. Cuando ya casi había olvidado aquella conversación con mi amigo, un día una imagen se cruzó por mi mente, e inmediatamente imaginé que podría ser el comienzo de una historia. La imagen consistía en un hombre que se despertaba sobresaltado y se incorporaba en la cama sacudiendo sus puños en el aire. Por asociación de ideas, imaginé que ese hombre podría tratarse de un boxeador. A continuación se me vino a la cabeza el nombre de Toni Carrascosa, y a partir de ese momento ya no me cabía duda alguna de que ese hombre que yo había visto despertarse angustiado era más concretamente un boxeador retirado, y fue así como el primer personaje que aparece en esta novela comenzó a dibujarse de forma paulatina en mi imaginación. Y entonces, por alguna razón, se me ocurrió pensar que este arranque inicial se podría convertir en una historia más o menos larga. Recuerdo que no tardé mucho en telefonear a mi amigo para contarle que, en relación con aquella conversación que tuvimos tiempo atrás, había pensado en comenzar a escribir una historia nueva y que preveía que iba a ser larga. Tras el personaje del boxeador fueron surgiendo todos los demás, uno tras otro: el mafioso ruso, el constructor, la prostituta y, como contrapunto a todos ellos, la jueza.
He buscado entre mis documentos para recordar cuando comencé a recopilar notas con algunas de las ideas e historias que finalmente han configurado esta novela. Cuando revisé entre los archivos de mi ordenador encontré un par de ficheros en los que encontré, además de algunas de esas anotaciones, las fechas en las que fueron tomadas, y yo mismo me he asombrado al comprobar que las primeras datan del año 2005, hace ya casi diez años.