Por Felipe Sicilia Ballesteros

Ilustración 1 Manos Unidas en Karnataka (https://www.manosunidas.org/noticia/septiembremujeres)

En las últimas semanas se ha hablado mucho sobre el regreso de los talibanes al poder en Afganistán y lo que ello supone para las mujeres de este país, que, hasta este momento, habían experimentado un cierto avance social con respecto al anterior gobierno talibán. Sin embargo, no muy lejos de Afganistán, en la India, existe un amplio grupo de mujeres que llevan siglos siendo vejadas de formas inimaginables (Ariza: 2019), tratadas como meros objetos que pueden ser, literalmente, usados y desechados cuando se ha obtenido beneficio de ellos: las devadasi.

Se estima que, en la actualidad, existen en torno a unas 250.000 devadasi en la India (León: 2014), concentradas en las regiones sureñas del país.

Existen registros de la presencia de las devadasi en la India desde el siglo IX, y, en absoluto, no siempre han tenido el estatus de prostituta con el que viven hoy día. El término devadasi procede del sánscrito y significa “sirvienta de la deidad” (Luiselli: 2005). En sus orígenes, las devadasi eran mujeres, por lo general, de la baja sociedad (aunque no siempre), que se consagraban a la diosa Yellamma y se dedicaban a realizar diversas labores en los templos dedicados a dicha deidad, ejerciendo de bailarinas como manera de venerar a esta figura.

A través de su consagración, las devadasi pasaban de ser mujeres de la baja sociedad a ser consideradas como “bailarinas sagradas”, gozando de un prestigioso estatus en la sociedad hindú medieval. Estas mujeres contraían matrimonio con una deidad, por lo que no podían casarse con un mortal, liberándose así de la obligación de anclarse al espacio doméstico a la que se sometían el resto de mujeres. Sin embargo, sí que podían disfrutar de la compañía de los hombres para poder procrear y poder legar el rango de devadasi a su descendiente. Las devadasi, además de bailar, también realizaban diversas labores en los templos en los que habitaban, incluyendo la de satisfacer sexualmente a los peregrinos que hasta allí llegasen, como parte de un ritual con el que se trataba de conectar espiritualmente al peregrino con la deidad, usando a la bailarina como intermediaria (Luiselli: 2005). Destacar también que las devadasi eran las únicas mujeres en la India que sabían leer y escribir, por lo que se entiende que, el acceder a este grupo de mujeres, se realizaba un gran salto social.

Ilustración 2• LUISELLI, Valeria: “¿Diosas o prostitutas? Un mito para las devadasis”, Punto de partida, nº129, UNAM, México, 2005, [en línea, consultado el 31 de octubre de 2021] http://www.puntodepartida.unam.mx/index.php/419#14
Las devadasi gozaron de su prestigio hasta el siglo XVI, momento en el que la India es invadida por el líder Zahir-ud-Din Babur y se somete a 400 años de régimen turco-islámico (Julenne: 2019). El nuevo gobierno despreciaba el hinduismo, y fue restándole poder a los antiguos nobles (rajas), principales benefactores de los templos de las devadasi, por lo que estas mujeres fueron conducidas poco a poco a la pobreza. La llegada de los británicos a finales del siglo XIX supuso el golpe definitivo que despojó de todo su antiguo esplendor a las devadasi, ya que, por un lado, los antiguos nobles fueron totalmente reprimidos, y, por otro, la mentalidad británica concibió a las devadasi como “mujeres exhibicionistas que atentaban contra la moral”. Con todo esto, las devadasi se vieron empujadas a los burdeles, y, a pesar de que el gobierno hindú ha ilegalizado el oficio de las devadasi, muchas mujeres han sido obligadas a perpetuarse en este oficio.

En lo artístico, la teóloga y bailarina de ballet, Rukmini Devi Arundale, rescató el baile de las devadasi y trató de convertirlo en una práctica “respetable”, eliminando los movimientos más eróticos e incorporando algunos elementos del ballet, dando lugar a lo que hoy en día se conoce como Bharatanatyam, la danza clásica de la India (Julenne: 2019).

Hoy en día, muchas niñas, a través de la consagración a Yellamma, son vendidas por sus familias al mejor postor en el momento en el que comienzan a menstruar, para que este las deseche cuando crezcan, abandonándolas en la calle (León: 2014).

Son muchas las iniciativas que existen para acabar con este oficio (Manos Unidas, misiones religiosas…), sin embargo, la tradición está tan arraigada que, al menos a corto plazo, esta terrible práctica parece no tener fin.

 

BIBLIOGRAFÍA:

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