La praxis docente mejora considerablemente si se interactúa dentro un equipo docente, donde además de discutir las cuestiones organizativas de cada curso (guía docente, puesta en común de exámenes, coordinación dentro del grado), se reflexione sobre conceptos, metodologías, problemas enriquecidos… A diferencia de un equipo investigador, encorsetado por la ejecución de un proyecto limitado en el tiempo y con un marcado líder, un equipo docente favorece la participación y la acción contemplativa del Slow Professor [1], que redunda con seguridad en un aumento de la calidad docente (que no tiene por qué correlacionarse con la tasa de éxito). La indolencia, inercia, costumbrismo o ser el único docente de asignatura van en contra de esta mejora.

Por otro lado, como ocurre con la gestión, resulta más “higiénico”, plural y transversal que los equipos docentes no estén formados por docentes que investiguen juntos. Esto promueve el debate sin condicionantes y permite acceder a otras realidades académicas.