La Lolita de Nabokov es el epítome de la belleza prohibida. Y por su fuego es que el nombre de quien le dio vida ha quedado grabado en el firmamento de la literatura universal.Merece la pena reproducir el primer párrafo de esta genial novela en su lengua original, el inglés. El uso de las aliteraciones es simplemente prodigioso:
“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta. She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita. Did she have a precursor? She did, indeed she did. In point of fact, there might have been no Lolita at all had I not loved, one summer, an initial girl-child. In a princedom by the sea. Oh when? About as many years before Lolita was born as my age was that summer. You can always count on a murderer for a fancy prose style. Ladies and gentlemen of the jury, exhibit number one is what the seraphs, the misinformed, simple, noble-winged seraphs, envied. Look at this tangle of thorns.”
Vladimir Nabokob llegó al mundo el 23 de abril de 1899 en Vyra, provincia de San Petersburgo, en el interior de una fastuosa mansión propiedad de un jurista al servicio de la infame casa Romanov. Su madre, aristócrata desde generaciones atrás, lo puso desde ese momento al cuidado de institutrices extranjeras con las que aprendería inglés, francés y alemán; lenguas que perfeccionaría más tarde de la mano de tutores expertos en leyes, ciencias y política.
Un amargo despertar
El advenimiento de la Revolución Bolchevique y la caída de los zares obligaron a la familia a emigrar a Alemania (1919) con recursos más o menos limitados, aunque ello no impidió que el joven Vladimir pudiese ingresar al Trinity College de Cambridge, de donde se graduaría en 1922 con máximos honores.
Una vez de vuelta en Berlín, donde su familia se asentaría definitivamente hasta poco antes del auge del régimen nazi, el brillante muchacho se ganó la vida como instructor de inglés y francés. Fue entonces cuando se acercó a una comunidad de escritores rusos que lo animó a elaborar en su lengua natal sus primeras obras cortas de ficción.
Fue durante los encuentros con esta comunidad que consiguió colaborar esporádicamente con el diario ruso Rul y ganar cierto reconocimiento bajo el seudónimo de Vladimir Sirin.
La huida hacia América
Aunque ya sin gozar del gran poder adquisitivo al que tuvo acceso de niño, Nabokob construyó una vida tranquila y sólida escribiendo, desempeñándose como instructor e intérprete de lenguas y estudiando insectos, una costumbre heredada de su padre. Fue en esta atmósfera que contrajo matrimonio con una joven judía de ascendencia rusa que sería el primer y más grande amor de su vida. Al lado de ella es como terminaría sus días.
No obstante, la persecución nazi amenazaría su felicidad. Fue entonces preciso huir a Paris (1937) y posteriormente a los Estados Unidos (1940), donde la pareja se estableció junto a su pequeño hijo.
Un nuevo amanecer para Nabokob
La experiencia previa de Nabokob como escritor en inglés durante su estancia en Francia le abrió las puertas en los Estado Unidos, mientras que su exquisita formación le permitió colocarse como catedrático en las universidades de Wellesley, Cornell y Stanford como especialista en literatura y entomología.
La seguridad económica que le brindaron estas labores creó el espacio que requería para desarrollar su genio con calma, que por primera vez explotaba en el idioma inglés. Aquí vería nacer al “fuego de sus entrañas”: Lolita. La historia de la pequeña diosa cuya mordaz sensualidad termina por devorar la estabilidad y la cordura del profesor Humbert.
La audacia y fina construcción de este relato fascinó a varias editoriales, que se arriesgaron a lanzarla temiendo que la censura acabara por poner punto final. No obstante, la grandiosa novela salió airosa de entre una gran polémica fomentada la sociedad puritana de la época (1955), en buena parte gracias a las excelentes críticas que colocarían al autor en la cima.
Lolita fue sólo su primer acierto, ya que la novela que le siguió Pálido fuego (1960) fue recibida con el mismo entusiasmo, facilitando que sus antiguas obras escritas en ruso se publicasen también traducidas al inglés y el francés.
Poco antes de mudarse a Suiza en compañía de su esposa publicaría Ada o el ardor (1969), que reivindicaría su maestría en materia de lenguaje y narrativa. En estas tierras y en completa paz, Vladimir Nabokob fallecería en 2 de julio de 1977. Su legado literario permanece incólume en el tiempo.
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