Unidad, solidaridad y lucha.25 de agosto de 2025.
El Salvador, es el país más pequeño de todo Centroamérica, cuenta con una superficie de apenas 21,040 kilómetros cuadrados y 6,3 millones de habitantes. Es un país joven: casi la mitad de su población (47,9%) tiene menos de 29 años, de acuerdo con la ONAC (Oficina Nacional de Estadística y Censos). Pero juventud no siempre significa prosperidad, a veces se traduce en contrastes, puesto que la pobreza multidimensional, va en aumento. Mientras en 2019 el 22,8% de los hogares vivía en pobreza, en 2023 la cifra creció hasta el 27,2%. Datos duros que evidencian desigualdades, sí, sin embargo, pretender conocer a El Salvador a partir de la mirada solemne de las cifras, sería un error.
Porque El Salvador también es café, uno de calidad excepcional, que se exporta con orgullo y es cultivado en sus microclimas. Es cordillera y es volcán (242 volcanes cubren su territorio y al menos 36 de ellos se encuentran activos), también es playa de aguas tibias y altas olas que atraen a surfistas de todo el mundo. Y sobre todo, es mesa abundante y generosa, la tierra de las deliciosas pupusas, emblema de su gastronomía tradicional, en donde también se encuentran humeantes tamales, riguas, sopa de pata y platillos como la yuca frita con chicharrón, en donde también destacan bebidas como el atol en sus infinitas versiones. Las tortillas acá son gruesas al menos para una mexicana, pero guardan la misma vocación de reunir.
Quien tiene la fortuna de conocer a El Salvador encontrará que las hierbas no solo son especias ni tés, sino el ingrediente que da esencia a los platos: ya sea el chipilín, la verdolaga, el cochinito, el loroco (mi favorito) o la flor de izote, que además de alimentar y sazonar también es reconocida como su flor identitaria.
El Salvador también se reconoce en el torogoz, ave nacional de plumaje verde, turquesa y cobrizo que simboliza libertad pues no sobrevive en cautiverio y unidad familiar, porque en las familias de torogoz padre y madre, crían juntos.
Pero más allá de la geografía y la gastronomía, El Salvador es comunidad. Aquí se coopera, se comparte, se sostiene al otro. Es un país donde la amabilidad se convierte en cercanía, la resiliencia en fortaleza y el humor en herramienta de resistencia. Una forma de ser que tiene raíces en la memoria del conflicto armado.
Y claro que no todo ha sido armonía. En 1981 comenzó oficialmente la guerra civil, resultado de décadas de desigualdad, represión militar sistemática, encarcelamiento masivo de presos políticos y reformas al código penal que calificaban cualquier forma de subversión como un acto terrorista mientras suprimían el derecho a la libre asociación en todo el territorio. El asesinato del del defensor de derechos humanos Monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980 encendió una indignación que ya no pudo detenerse.
El pueblo salvadoreño se organizó con convicción y disciplina en todos los niveles, desde instrucción militar y política, brigadas médicas (conformadas a partir de la educación popular), el establecimiento de voceros políticos en el ámbito nacional e internacional (incluyendo una comisión diplomática), el perfeccionamiento de las comunicaciones a través de la radio popular y prensa escrita para combatir el discurso oficialista, y esfuerzos constantes desde el pueblo para garantizar la seguridad alimentaria que mantuviera viva la lucha, mientras muchas familias desplazadas por el conflicto (en las guindas) buscaban proteger su vida de las masacres efectuadas por las fuerzas armadas, buscando refugio en Honduras.
El conflicto duró doce años y dejó más de 75,000 muertos y miles de desaparecidos y desplazados. Aún en la actualidad esta lucha es reconocida internacionalmente, así como lo es la legitimidad de sus causas.
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, conformado por cinco organizaciones (FPL, ERP, RN, PCES y PRTC) luchó de forma organizada durante más de una década y venció, firmando junto al gobierno salvadoreño representado por el ex mandatario, Alfredo Cristiani, los Acuerdos de Paz en Chapultepec, México, el 31 de diciembre de 1992, tras 21 meses de negociaciones.
La firma puso fin a la lucha armada, pero no a sus consecuencias. Quienes sobrevivieron, ahora enfrentaban nuevos retos: reconstruir una vida dentro de una nueva institucionalidad, hacer frente a múltiples duelos y en muchos casos aprender a vivir con una discapacidad adquirida a partir de la guerra y las secuelas del trauma.
De ese contexto doloroso nació una nueva forma de lucha civil: el 12 de julio de 1997 se fundó la Asociación de Lisiados de Guerra de El Salvador, Héroes de Noviembre del 89 (ALGES). Una organización civil conformada por antiguos combatientes que cambiaron las armas por la defensa de sus derechos, y que hoy representan: unidad, solidaridad y lucha.