Uno de los retos a los que se enfrentan los docentes y los estudiantes es lo frenético del proceso lectivo, encorsetado en semestres cerrados, donde no hay tiempo para madurar los conocimientos ni las habilidades, sin oportunidad para la retroalimentación, para la búsqueda de soluciones por aproximaciones finitas. Tampoco se fomenta la lectura sosegada de los textos académicos avanzados, sin contemplación ni disquisiciones filosóficas. La inmediatez de las redes también ha cambiado la forma de aprender: acceso a mucha información pero sin digestión, ni depuración. Google como 1ª opción y wikipedia para los inquietos han sustituido a la enciclopedia que teníamos en casa o a la biblioteca municipal o del centro de estudios. La pandemia puso en solfa el modelo de enseñanza-evaluación presencial, por el virtuosismo de la comunicación telemática. Pero pronto se comprobó que no había garantías para asegurar la originalidad de las pruebas individuales. Y ahora, con el boom de la inteligencia artificial, nos encontramos con ChatGPT, la evolución 2.0 de los textos predictivos. Con esta herramienta es posible hacer consultas sobre temas complejos, redactar textos avanzados o programar códigos sin saber del tema, sólo con unas pocas indicaciones. Palabrería muy cuidada. ¿Es ético [1]? ¿Turnitin será capaz de detectar esos documentos impostados? ¿los estudiantes preferirán concertar tutoría con un chat antes que con un docente humano? ¿se agotará la creatividad, el análisis crítico, la inspiración derivada de la lectura placentera, el enriquecimiento del vocabulario y la dialéctica?
“Cualquier profesor que pueda ser sustituido por una máquina, debería ser sustituido por una máquina” — Arthur C. Clarke