Esta es, sin lugar a dudas, la confrontación más importante, famosa e interesante de toda la ciencia económica, junto con la archiconocida polémica capitalismo-comunismo.
Los debates que han ocupado a buena parte de la sociedad en este sentido son ampliamente conocidos. A lo largo de la historia, los partidarios del librecambio se han enfrentado dialécticamente a los defensores del proteccionismo y viceversa.
El librecambio o librecambismo es la corriente económica que defiende la apertura de las fronteras comerciales, mediante la rebaja o desaparición de los aranceles y de otras medidas de protección del comercio. Tiene un antecedente en la Fisiocracia, sistema económico que tuvo su esplendor durante el siglo XVIII. Los fisiócratas eran partidarios de la participación libre en el comercio internacional, para poder intercambiar con el resto de países los bienes obtenidos de la naturaleza.
Frente al librecambio, el proteccionismo es otra corriente económica, opuesta a la anterior, defensora de la protección de las fronteras exteriores con altos aranceles y otras medidas. Esta corriente de pensamiento tiene su antecedente en el Mercantilismo, un sistema que tuvo su vigencia a lo largo de los siglos XVI, XVII y parte del XVIII. Los mercantilistas ejercían una férrea protección de sus fronteras, sobre todo con objeto de salvaguardar sus reservas de metales preciosos (oro y plata), por lo que obstaculizaban al máximo las importaciones (evitando así una salida de oro en concepto de pago de las mercancías que fuesen importadas).
A lo largo de la historia se han ido alternando las ideas librecambistas y las defensoras del proteccionismo. De esta manera, se desataban avivados debates entre negociantes, comerciantes, autoridades… defensores de una y otra corriente. Fue Inglaterra, cuando abolió sus duras leyes sobre los cereales (Corn Laws) a mediados del siglo XIX, cuando dio un fuerte impulso a la liberalización del comercio, ya que ese gesto desató una oleada librecambista que permitió que el comercio mundial creciese aceleradamente, hasta que se dio de bruces con la Primera Guerra Mundial.
Quienes defienden el proteccionismo, argumentan que ello es necesario para proteger la industria naciente en un país, para poner a buen recaudo los recursos naturales nacionales, para preservar las costumbres y tradiciones y para proteger la producción nacional.
Por el contrario, los defensores del comercio libre arguyen que la libertad de comercio es beneficiosa por una serie de motivos:
- permite una mayor especialización por países en la producción de determinados bienes,
- fomenta la competitividad, premiando la eficiencia productiva,
- consigue abaratar costes y precios,
- favorece la buena armonía y convivencia entre países,
- mejora el bienestar de los consumidores.
En la actualidad el mundo tiene un perfil librecambista, gracias a la acción de la Organización Mundial del Comercio (OMC), organismo internacional cuya finalidad principal es, precisamente, conseguir un comercio internacional más libre. Con anterioridad a la OMC, el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) buscó el mismo objetivo, logrando hacer descender ampliamente los aranceles mundiales.
A pesar de ello, el proteccionismo sigue estando presente, pues en ocasiones está justificado proteger alguna industria o sector que estén pasando por una etapa delicada, aunque coyunturalmente. Por otra parte, se puede advertir que el debate librecambio-proteccionismo continúa estando hoy muy candente. Efectivamente, son muchas las proclamas proteccionistas protagonizadas por diversos gobiernos, los más duros en este sentido. Por eso nos es muy familiar ver, por ejemplo, a Donald Trump elevando los aranceles (o amenazando con elevarlos) a las importaciones de muy variados productos originarios de muy diversas partes del mundo. O a otros muchos países enfrascados en diputas comerciales provocadas por alguna acción proteccionista desmedida.
En fin, el debate sigue y seguirá abierto.