El proteccionismo existe, a pesar del mayor aperturismo de fronteras y del esfuerzo liberalizador del sistema GATT-OMC. Se han descrito muchos instrumentos proteccionistas en otras entradas, con el arancel a la cabeza, mediante los que los gobiernos y las empresas pretenden proteger su producción propia, resguardándola de la competencia exterior. En la época de la autarquía económica, en la era de Franco, las empresas españolas estaban muy protegidas porque existían unos aranceles muy elevados, y de esta forma los empresarios se garantizaban el reparto del mercado interior, sin preocuparse por cuestiones relacionadas con la competitividad. Pero a medida que España fue abriéndose al escenario internacional, la cosa fue cambiando. La entrada de nuestra economía en la Comunidad Económica Europea, que así se denominaba la Unión en 1985 cuando España se integró, marcó un antes y un después. A partir de este momento, había que contar con la feroz competencia de países en general más competitivos que España, nuestros socios comunitarios, respecto a los que nuestras mercancías empezaban a circular con libertad de movimientos, sin aranceles ni otras trabas al comercio. En una frase, debíamos acostumbrarnos a la desprotección comercial.
En la actualidad, España, al igual que la mayoría de países, se encuentra insertada plenamente en los mercados internacionales, exportando e importando, enviando y recibiendo turistas, invirtiendo en el exterior y recibiendo capital extranjero…Todas estas transacciones se puede realizar hoy en condiciones de mucha mayor libertad con respecto a tiempos pasados, gracias al aperturismo comercial y a la liberalización de los intercambios. Pero en ese escenario librecambista, es inevitable que haya muchas pinceladas de proteccionismo, pues el mundo es amplio y las transacciones que se llevan a cabo innumerables. En efecto, como se ha visto en otras entradas, sobre la base de diferentes recursos y herramientas el fin es ejercer una función principal: favorecer y salvaguardar lo nacional frente a lo extranjero.
Este es también el caso de las barreras técnicas y administrativas al comercio internacional. Además de todos los instrumentos de protección vistos, hay que lidiar con este numeroso grupo de medidas, que son difíciles de controlar y que con frecuencia obstaculizan los intercambios comerciales. Estos mecanismos empezaron a emerger y a hacer su efecto durante la crisis económica de la década de 1970, justo después de que el GATT hubiese reducido enormemente las medias de protección convencionales, los aranceles. A falta de aranceles, ante la problemática situación económica provocada por la crisis, los países comenzaron a ingeniárselas para proteger sus economías con otras medidas, que no fueron otras que dichos obstáculos técnicos y administrativos, que recibieron la denominación genérica de “neoproteccionismo”.
Ese gran bloque de medidas proteccionistas engloba las normas y reglamentos que regulan un sinfín de cuestiones relacionadas con la producción, la distribución y la venta de los productos, regulaciones que son necesarias para que los procesos puedan desarrollarse en óptimas condiciones, pero que pueden convertirse en indudables armas de ataque y defensa comercial cuando son utilizadas con ese objetivo.
En definitiva, consisten en una serie de medidas muy diversas, que son muy eficaces como herramientas proteccionistas, y que se basan en las distintas disposiciones sobre las cuestiones siguientes:
– Normativa de los diversos países sobre aditivos permitidos en la fabricación de determinados productos.
Mediante estas normas se puede efectuar un claro proteccionismo de manera encubierta, al aprobarse por países distintas sustancias permitidas para su uso industrial, como los colorantes, los saborizantes, los edulcorantes… Es habitual el uso de esa regulación diversa para rechazar en frontera una remesa de mercancías que no cumple con la normativa nacional sobre contenidos de productos. A veces hay un exceso de celo injustificado, que solo puede explicarse por el afán de protección.
– La normativa sanitaria, fitosanitaria, técnica y de calidad
Se trata de disposiciones que evidentemente son necesarias, para garantizar la seguridad y la salubridad tanto humana como animal. El problema radica en la pretensión habitual por parte de distintos países de proteger sus mercados nacionales utilizando indebidamente dichas medidas para tal fin, sacando partido de las diferentes legislaciones respecto a estas cuestiones, para llevar a cabo un proteccionismo encubierto. Si tal fruta no cumple con el calibre exigido en mi país, si tal insecticida no proporciona en su etiquetado determinada información en una lengua que no hablan ni 10 millones de personas en el mundo, si tal pieza de carne no es lo suficientemente ecológica… Son muchas y dispares las excusas que se pueden enarbolar con el fin de rechazar disimuladamente las mercancías extranjeras.
– Las normas administrativas
Esta categoría de medidas está relacionada con la tramitación aduanera de algunos países, que resulta en ocasiones excesivamente burocrática para los exportadores e importadores. Ello obliga a adaptarse para superar esas barreras, al objeto de poder comercializar sus productos, lo cual se materializa en un incremento de costes para los operadores internacionales y en una demora en los tiempos requeridos para la transacción, lo que en definitiva cabe asociar al ejercicio de un claro proteccionismo por esta vía.
– Los aspectos relacionados con la normalización industrial y de seguridad
Mediante esta vía se exige el cumplimiento de ciertos requisitos técnicos o de presentación para que determinada mercancía sea aceptada para su introducción en el mercado nacional. Con frecuencia estas restricciones derivadas de la normalización industrial y de seguridad son innecesarias, ejerciendo un claro efecto proteccionista y englobándose bajo la denominación genérica de “obstáculos técnicos al comercio internacional”. Un estudio realizado por la OCDE demostró el encarecimiento que lleva aparejada la disposición de normas y reglamentos técnicos distintos en diversos mercados nacionales, ya que hay que asumir pruebas y certificaciones para la homologación de las mercancías, lo que se traduce en un incremento de los costes de producción.
A nivel global se han hecho esfuerzos para estandarizar y homogeneizar las normas técnicas internacionales, con la finalidad de evitar que los países industrializados se sirvan de especificaciones sobre composición de los productos, sobre su calidad, su seguridad, etc., así como de normas que afectan por ejemplo al envasado y al embalaje, obstaculizando de esta manera y poniendo claras trabas para el acceso, a sus respectivos mercados, a los productos extranjeros que no cumplan con determinados aspectos de su reglamentación.
En definitiva, vemos como el proteccionismo en el comercio internacional continuamente se reinventa, y por mucho que la OMC promueva el intercambio libre de trabas, siempre hay mecanismos más o menos opacos y más o menos fáciles de interponer que buscan siempre lo mismo en lo concerniente al comercio exterior: proteger lo propio y fastidiar lo ajeno.