En una anterior entrada hemos visto cómo España ha ido avanzando económicamente desde la segunda mitad del siglo XX. Es una realidad que ha pasado de representar una economía atrasada, necesitada de ayuda por parte del Fondo Monetario Internacional y emisora de emigración a convertirse en un país económicamente avanzado, capaz de donar ayuda y ser receptor de inmigrantes. Se ubica, en definitiva y como se ha dicho, en el contexto de los países más adelantados.
En general, a lo largo de los últimos 50 años el bienestar económico de los españoles ha mejorado; ahora gozamos de mejor nivel de vida que nuestros padres y abuelos gracias al crecimiento generalizado de la renta (es decir, del PIB). Ahora bien, esa ganancia, ¿se ha distribuido equitativamente a nivel espacial (por toda la geografía nacional)?
La respuesta es negativa. En efecto, los datos muestran la existencia de importantes desequilibrios inter-regionales en términos de PIB per cápita, que son patentes año tras año. Actualmente, como pone de relieve el INE, frente a regiones muy bien colocadas, como Madrid (con 32.048 euros), País Vasco, Navarra y Cataluña, se sitúan las más atrasadas por este concepto: Canarias (con 17.448 euros), Andalucía, la Ciudad autónoma de Melilla y Extremadura. Por tanto, riqueza económica se ha generado, pero no se ha distribuido con equidad como evidencian esas disparidades entre regiones a nivel de renta.
Otro tanto podemos decir si en lugar de la producción tomamos como referente el empleo: las cifras de ocupación muestran también la existencia de desigualdades entre comunidades autónomas. La Ciudad Autónoma de Ceuta, con una tasa de paro que supera el 30%, arroja el peor resultado, seguida de Andalucía y Melilla. Frente a estos datos, se encuentran las regiones con mejor comportamiento a este respecto, que son Baleares, La Rioja y País Vasco, con tasas de paro respectivas de 5,8%, 8% y 8,3%.
Partiendo de esta realidad regional, conviene explorar una serie de puntos débiles que afectan al conjunto de la economía española, lo que nos hará conocer mejor de qué pie cojea.
Déficit público: España tiene una debilidad en este aspecto, dado que le cuesta trabajo mantener equilibradas las cuentas del Estado. La diferencia entre los ingresos y los gastos públicos se salda permanentemente con un signo negativo: el déficit. Si bien este no era relativamente muy alto (pues se situó en el 2,86 % del PIB al cierre de 2019, cuando el criterio exigible en la eurozona es que no sobrepase el 3%), en 2020 la pandemia situó el déficit público de España nada menos que en el 10,96 % del PIB, colocando nuestra economía en una situación delicada, al ubicarla en la posición N.º 175 de un ranking de 190 países, según su déficit público por orden creciente.
Teniendo en cuenta que el déficit público hay que financiarlo, cualquier incremento del mismo por pequeño que sea eleva el nivel de deuda pública. Y existen muchas circunstancias que pueden elevar el déficit de un día para otro, como por ejemplo una subida repentina de los intereses de la deuda, repercutiendo esto en un incremento aún mayor del déficit.
Ya que se ha mencionado el petróleo, vamos a destacar otra debilidad de nuestra estructura económica: la dependencia energética, que supera el 70 % de la energía total que demanda el país. Ese registro queda muy por encima de la media comunitaria, que se sitúa en torno al 55%.
España, al no producir combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) necesita importarlos. Ello explica esa enorme dependencia exterior, que hace además que nuestra economía esté continuamente sujeta a las oscilaciones de los precios de esas fuentes de energía, que suelen ser muy volátiles. Todo ello se refleja negativamente, claro está, en nuestra balanza de pagos.
Las energías renovables (eólica y solar) aún no se han desarrollado suficientemente, suponiendo tan solo alrededor del 14 % del consumo de energía primaria en España. Su impulso, como pretende la Unión Europea, sin duda menguaría esa gran factura que supone la fuerte dependencia exterior.
Por ahora, es el petróleo la fuente primordial, suponiendo en torno al 45% del consumo nacional, seguida del gas natural (algo más del 20%). El resto se lo reparten las energías renovables, la energía nuclear y, en menor medida, el carbón.
Vayamos ahora con el que para muchos es el punto débil número 1: el paro. Se trata de un problema estructural que arrastra nuestra economía tanto en tiempos de crisis como de bonanza económica. Quizás sea este el problema que más nos impacta, pues afecta directamente a la persona. Desde el punto de vista económico, el desempleo de la población activa equivale a una sub-utilización de ese recurso de producción: el trabajo. Pero para los afectados, estar parado se asocia con frecuencia a una baja autoestima, frustración, ansiedad y angustia personal. Es un problema económico y social.
La tasa de paro en España está en torno al 14,6 %, (en septiembre de 2021). Este dato significa que el 14,6 % de la población activa (la que está disponible para trabajar) se encuentra desocupada. Ese dato está, afortunadamente, lejos de la tasa del 26 % de los peores momentos de la crisis de la década de 2010, pero dista mucho del 8,57 % que se registró en 2007, justo al comienzo.
El caso es que España padece siempre una de las tasas de paro más altas de la Unión Europea y de la OCDE, lo que se traduce en el gran reto de la economía española.
La crisis desatada por la pandemia Covid 19, no ha hecho más que acrecentar el desempleo, añadiendo mayor debilidad a este grave problema estructural de nuestra estructura económica.
La productividad es otro punto débil de nuestra economía. Teniendo en cuenta que la forma de conseguir mayores niveles de competitividad en los mercados internacionales es a base de mejorar la productividad, este es uno de los grandes objetivos de la política económica. En un escenario fuertemente internacionalizado, esto es vital.
Nuestros productos y empresas se juegan mucho en los mercados exteriores, y podrían afrontar en mejores condiciones los embates del escenario internacional si lo hacen desde una base de una mayor productividad. Pero para conseguir ese objetivo se debe contar con unos requisitos previos, relacionados con una mayor calidad del sistema educativo, un mejor funcionamiento del mercado de trabajo, un sistema financiero más sólido y desarrollado (en especial el sistema bancario), la provisión y el mantenimiento de una adecuada dotación de infraestructuras y equipamientos y un mayor inversión en I+D, entre otros condicionantes. Si no se mejoran todas estas cuestiones, difícilmente vamos a ser más productivos.
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Está claro que todas estas cuestiones que se han mencionado en esta entrada o post no agotan todo el listado de fisuras que padece la economía nacional, pero sin duda la mejora de estas variables predispondría a la economía hacia un crecimiento saneado y sostenido capaz de minimizar o incluso anular el resto de debilidades.