La “gig economy” es la realidad económica basada en encargos de trabajos concretos que son pagados tras su ejecución mediante contratos independientes (esto es reforzamiento en la importancia de los contratos autónomos o “freelance” en lugar de laborales). La economía “gig” ha crecido espectacularmente en todo el mundo, pero también el debate sobre sus consecuencias. En este artículo describimos en qué consiste, sus ventajas y sus inconvenientes, y su potencial evolución.
El cambio en la “gig economy” ha sido el que un número creciente de empresas consideran micro-empresas independientes a cada persona que colabora en la prestación del servicio que la empresa vende. Los ejemplos de Uber, Cabify, Deliveroo, o JustEat han puesto de actualidad estas relaciones. En estos casos, las empresas venden el servicio a través de plataformas electrónicas, pero su ejecución (ej. la conducción de los coches o las bicicletas que hacen el reparto) se desarrolla frecuentemente por personas que no son empleados, sino que, reciben avisos para desarrollarlos y son pagados después según las condiciones de un contrato.
Este cambio en la forma de contratar supone modificaciones importantes en las ventajas (e inconvenientes) para las partes. En los contratos laborales tradicionales, los beneficios para las empresas son el poder organizar las tareas y los horarios para desarrollarlas y, normalmente, la exclusividad del trabajador. Por su parte, el trabajador conseguía el amparo de la regulación laboral que suele implicar unos ingresos mínimos garantizados y ciertas prestaciones sociales como vacaciones retribuidas.
Las ventajas en los modelos “gig” son que las empresas que contratan pagan exclusivamente por el trabajo realizado, evitan costes directos de protección social, y mantienen todavía cierto control del trabajo mediante aplicaciones electrónicas. Los beneficios de la persona que trabaja como autónomo o freelance son que teóricamente consigue la flexibilidad de trabajar para varias empresas a la vez y organizar los horarios y la forma de trabajar según sus preferencias. La polémica ha surgido cuando la realidad muestra que muchos trabajadores pueden no alcanzar ninguno de esos beneficios y, sin embargo, pierden las ventajas de la relación laboral.
El tipo de actividades que se desarrollan las relaciones “gig” han ido aumentando en los últimos años. Tradicionalmente, ya existían autónomos o freelances en ámbitos como el musical (el nombre “gig” procede de la denominación en jerga a las actuaciones pagadas de los artistas, los “bolos” en castellano), la escritura, o la pintura (donde el pago se producía por la entrega de un trabajo encargado) o ciertos profesionales cualificados (como arquitectos, ingenieros o abogados) que podían trabajar así simultáneamente en proyectos para distintos contratantes. La novedad en los últimos años es el aumento de personas trabajando para empresas que externalizan parte de su mano de obra o para empresas basadas en plataformas electrónicas (ej. con vendedores, repartidores, o cobradores).
La consultora McKinsey ha encuestado 8.000 «trabajadores independientes» para identificar cuatro grandes categorías (McKinsey 2016). Junto con el aumento en los profesionales cualificados que trabajan con distintos clientes (ej. arquitectos, diseñadores de páginas web, abogados). Otras personas complementan su actividad principal con ingresos “gig” esporádicos (ej. quienes venden transporte en sus rutas de coche habituales a través de BlaBlaCar o alquilan habitaciones de su casa en AirBnb de forma esporádica). Finalmente, los menos satisfechos son quienes tienen estos contratos como forma de vida ligada a una única empresa denominados popularmente «falsos autónomos» (ej. muchos repartidores y conductores de Uber o Cabify) y los que tienen estos contratos de forma complementaria a su trabajo para alcanzar unos ingresos mínimos.
Todas las estimaciones muestran el crecimiento de las relaciones “gig” en todo el mundo y expectativas al alza. Las posibilidades facilitadas por las «plataformas electrónicas» y sus aplicaciones son una razón fundamental para ese avance.
No obstante, el debate social ha incluido ya a sentencias judiciales para limitar estos contratos. Frente a las ventajas de flexibilidad que un trabajador gig pudiera contar, algunos estudios muestran que los trabajadores “gig” tienden a imitar los comportamientos de los laborales para mantener su rendimiento, autoimponiéndose un lugar de trabajo, horario y buscando grupos de similares (Petriglieri et al., 2018). Además, la dependencia de un sólo pagador limita en la práctica la potencial flexibilidad. El Objetivo del Desarrollo Sostenible (ODS) número 8 según la Organización de Naciones Unidas es “trabajo decente y crecimiento económico” (UN, 2019). Originalmente pensado para países en vías de desarrollo, algunos consideran que los países desarrollados pueden necesitar replantearse este ODS por los inconvenientes de la economía “gig” pare un grupo amplio de trabajadores afectados.
Me encanta este vídeo de la cadena británica BBC (en inglés) porque reúne algunos ejemplos recientes a favor y en contra de la gig economy. ¿Crees que la gig economy seguirá creciendo o las leyes le pondrán freno en los países más desarrollados?
Referencias:
McKinsey Global Institute (2016): Independent Work: Choice, Necesssity, and the Gig Economy (descargable de www.mckinsey.com, 2 de abril de 2019).
Petriglieri, G., Ashford, S., & Wrzesniewski, A. (2018). Thriving in the gig economy. Harvard Business Review, 96(2), 140-143.
UN, United Nations (2019): Objetivos de Desarrollo Sostenible, https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/ (descargado 12 de abril de 2019).
Imágenes de Rudy and Peter Skitterians y de Mohamed Hassan en Pixabay
Me temo que una gran mayoría de estos «trabajadores independientes» querrían ser trabajadores y no autónomos, pero no tienen elección. Creo que estas situaciones deberían legislarse para evitar que determinadas empresas se aprovechen.