Llegada-primeras semanas
La llegada al parque Ambue Ari fue de todo menos fácil. Llegando al aeropuerto la huelga hizo que la despedida y el inicio de esta aventura fuera apresurada y estresante. Sin embargo, la gente suele estar siempre dispuesta a echar una mano a los más perdidos, convirtiendo un mal comienzo en uno no tan malo.

Mi llegada a Bolivia y al parque Ambue ari fue agotadora y complicada, al aterrizar con la presión de llegar a tiempo al autobús hubo un incendio en el aeropuerto y pasé, junto a otros desafortunados, horas de espera sin saber cuándo podría pasar a migración. No fue agradable, pero permitió que el agobio y estrés se diluyera con el paso del tiempo. Después nos obligaron a salir del aeropuerto y seguir esperando para poder sacar la SIM y cambiar a bolivianos. A pesar de mi mala fortuna Carmela, una de mis compañeras en el avión que hizo de las 11 horas de agobio por la llegada una agradable conversación, se preocupó por mí e intentó contactarme varias veces durante el incidente e incluso pidió a uno de sus nietos que enviasen un taxi para que pudiera llegar a la terminal de bus. Cuyo conductor fue muy simpático también y receptivo a mis preguntas. Ella era una mujer boliviana residente en Barcelona muy católica y que contaba con pasión sus aventuras de fe. Yo bien atea y negada a la religión escuchando las anécdotas de una fiel beata. Evidentemente lo que me contaba no lo consideraba realista ni estaba de acuerdo, pero sí podía escucharla, su fe y la gratitud que sentía de Dios le había permitido superar sus desdichas, permitiéndole sentirse cada día afortunada por lo que tenía.
La siguiente persona con la que me encontré en este viaje fue un hombre de cuyo nombre desgraciadamente desconozco que coincidió conmigo en el trayecto de llegada a Ascensión de Guarayos y quien añoraba España. No solo había estado en Granada, sino que había incluso visitado más provincias que yo. Un hombre encantado de enseñarme cosas de su país y de preguntarme por el mío.
Carmela pintaba a los locales de mangantes y tenía una percepción poco agraciada de peruanos, dominicanos y otros vecinos, coincidía con el hombre simpático en que había que tener cuidado con los robos, pero sus visiones eran completamente opuestas. Carmela había vivido (y vive) en España cómodamente mientras que señor simpático había estado en España por trabajo, él se desplazaba en “rapiditos” (minibuses) mientras que ella poseía coche o sus hijas la llevaban. Decían lo mismo pero el mensaje era distinto.
La llegada fue de todo menos fácil, pero fue en pocas horas una experiencia tan enriquecedora como reveladora. Sola en un país completamente diferente a lo que estaba acostumbrada, con un tráfico similar a los coches de choque, pero intentando esquivar colisiones en una circulación caótica, y en el que parecía que nunca iba a llegar a mi destino, al fin llegué y conocí gente encantadora en el trayecto.
Mi primera semana la describiría como fatigante y repleta de información que debía retener, puesto que debía de acostumbrarme al calor, humedad y sobre todo a los mosquitos mientras trabajaba y a la vez aprendía de los demás voluntarios. Para mi sorpresa en el campamento la lengua principal era el inglés, lo que dificultaba mi comunicación con el resto de los voluntarios. Era de esperar que la mayoría de mis compañeros procedieran de fuera de Bolivia, sin embargo, imaginé que hablarían, al menos, un poco de español para poder comunicarse con los locales.

Sin embargo, todo el cansancio y calor se esfumaba cuando caminaba con Kusiy. Ese era el nombre de mi área de trabajo cada mañana, el pobre felino víctima del tráfico ilegal y de unos dueños incapaces de suplir sus necesidades que acabaron con condenarlo a vivir el resto de sus días en un recinto cerrado sin la posibilidad de ser reintroducido. Kusiy, el felino más grande de Sudamérica y con la mordida más fuerte de los felinos iba a ser mi rutina a partir de ahora. El trabajo con él no era fácil, puesto que debía estar atenta a su comportamiento para intentar entender cuando el jaguar estaba estresado y de ser así tenía que intentar sacarlo de ese bucle. El objetivo principal era hacerle compañía y minimizar su estrés, tarea fácil de decir, pero muy complicada de realizar. La mayoría del tiempo lo pasaba haciendo enriquecimientos y limpiando su recinto. Esta primera semana iba como aprendiz de una chica muy amable y dulce, cualidades que era capaz de transmitir con la voz y que creo que Kusiy percibía.
Estos primeros días con Kusiy fueron agotadores, tanto física como psicológicamente, puesto que además del trabajo físico era una carga emocional ver como este imponente y precioso animal mostraba signos de estrés y no sabías como actuar para poder aliviarlo. Sin embargo, días como el de hoy en el que el jaguar caminaba, corría y jugaba con energía, sentías su felicidad y te llenaba de satisfacción. Él te transmitía su buen estado de ánimo y te sentías realizada a pesar del sudor y de los mosquitos.
El campamento del parque Ambue ari era diverso, no solo en riqueza de especies animales y vegetales sino también en nacionalidades. Franceses, ingleses, estadounidenses, españoles, bolivianos, australianos,… todos trabajando y viviendo juntos. Con el tiempo veías como cada voluntario se comunicaba en un idioma distinto en función de con quien trabajaba haciendo del voluntariado una inmersión casi lingüística y poniendo a prueba tus habilidades con los idiomas.

Cada mañana caminaba por la selva con dos kilos de carne en una mano y hasta 5 litros de agua a mis espaldas dando comienzo a un día más trabajando con Kusiy. Al llegar al recinto lo saludábamos con entusiasmo y comenzábamos a caminar, correr o jugar, era el jaguar quien determinaba el trabajo. Este pobre animal, aunque afortunado por haber acabado en las manos de CIWY, necesitaba de nuevos estímulos y actividades que suplieran su vida en la naturaleza. Razón por la cual la imaginación y creatividad eran dos cualidades muy valiosas en este trabajo. Lianas, cortezas, palos, nidos de aves, cualquier cosa que pudieras encontrarte en la selva podía ser útil para hacer los enriquecimientos que tanto costaban hacer y que tan rápido Kusiy destrozaba. Sus favoritos, grandes objetos colgantes, que arrancaba y cargaba mientras corría en estallidos de energía, y los nidos de aves que aportaban nuevos olores a su recinto. Además de los enriquecimientos también debías complicar el acceso a la carne, envolviéndola primero en hojas de patujú, luego ocultándola en otros enriquecimientos y por último esconderla por el recinto. Es decir, no solo debía hacerle compañía al impresionante animal, sino que también debía ponerme “Manny manitas”, además de otras labores como limpiar el valde del agua, despejar el perímetro externo e interno de plantas para mantener el corta fuegos y sacar enriquecimientos viejos del recinto principal.
La forma de trabajar con Kusiy se basaba en dos puertas que separaban el túnel que conectaba la jaula principal de la jaula de manejo. Kusiy debía quedar encerrado en la jaula de manejo mientras nosotras trabajábamos en la principal y viceversa si limpiábamos la de manejo. No era complicado, pero la primera vez que me lo explicaron me mente se quedó bloqueada cuando me dijeron: “si Kusiy está en la misma jaula que tú, te va a matar. A él no le gusta que entren en su recinto”. Era evidente que es peligroso, al igual que el resto de felinos del santuario, pero los demás sí salen a pasear con los voluntarios por lo que me sorprendía que Kusiy fuera una excepción. Pero cuando lo vi por primera vez, esa cabeza, dientes y garras tan grandes lo entendí, no era demasiado alto, de hecho, me lo imaginaba más grande, pero era todo fuerza. La cual demostraba cargando al galope los pesados enriquecimientos, deformando la malla de su recinto y sus estallidos de energía. Podría decirte la rápida velocidad de reacción que tiene, pero incluso así no podrías hacerte a la idea de lo rápido que es a menos que lo vieses tú mismo. Kusiy camina y en menos de un parpadeo, cuando vuelves abrir los ojos, lo ves a metros de distancia de ti corriendo. No solo fuerte y veloz, sino que también descabelladamente ágil. Parecen cualidades evidentes para un felino pero nunca vas a ser verdaderamente consciente de ellas hasta que las sientes tú mismo, hasta que lo miras a los ojos instantes antes de que salte.
Segunda entrada para el blog de CICODE.
¡Viernes de pizza! Después de un día agotador con trabajo en la construcción en la mañana, con indicios de un golpe de calor en el cuerpo y dolor leve de cabeza por la tarde con Kusiy, ¡había pizza para cenar! Fue un día raro por cambios repentinos, la obra, Kusiy tampoco estaba en sus mejores días y además encontramos un rastro en la periferia de su recinto de lo que parecía ser sangre. Sin embargo, el día no fue nada comparado con la noche.
En cuestión de minutos pasamos de estar descansando en las habitaciones a reunidos en el comedor por un aviso de un incendio que amenazaba con avanzar hacía Ambue ari. Eso sí que me cogió completamente desprevenida. Los voluntarios nos dividimos en tres grupos, dos de ellos irían a la zona afectada y apoyarían al equipo de bomberos de Ascensión de Guarayos y al del Parque, el otro permanecería en el campamento a la espera de nuevos avisos para ofrecer comida, agua o cualquier otro tipo de apoyo.
Esa noche se demostró que no hay fronteras, no hay nacionalismos cuando algo amenaza ideales comunes. En un pequeño campamento, decenas de personas sin relación, desconocidos de países distantes, trabajando unidos como una gran familia para luchar por la selva y los seres que la habitan. Lo que ocurrió esa noche fue la mayor expresión de humanidad, la misma que había olvidado que teníamos las personas. Esa noche, esa gente, el esfuerzo, el sudor, el trabajo, eran humanidad genuina. No hay palabras para explicar lo que ocurrió, pero sí las emociones que se quedarán para siempre y el recuerdo que aflorará cuando piense que la humanidad está condenada. Aun podemos cambiar las cosas.
A pesar de ser completos desconocidos que el azar quiso que coincidiéramos en mitad de la selva y en poco tiempo les cogías cariño. En tu viaje habías dejado a familiares y amigos atrás, al otro lado del océano y esos desconocidos eran tus únicos acompañantes en esta aventura. Cada día trabajabas, comías y descansabas con ellos, de modo que en poco tiempo dejaban de ser extraños para convertirse en algo más. No todos éramos amigos, no todos éramos cercanos, incluso algunos podían no ser de tu agrado, pero todos y cada uno de nosotros éramos compañeros que se ayudaban y respetaban. Eso era comunidad, un sentimiento similar a la amistad, pero hacia un grupo numeroso de gente con el que pasabas poco tiempo, pero el suficiente como para echarlos de menos a su partida. O bien, cuando fueras tú quien los dejaba
Las despedidas eran tan frecuentes como los dos panes que te correspondían en el desayuno. Habitualmente no tenías tiempo suficiente para estrechar lazos, pero eras partícipe de su despedida y sentías la calidez que desprendía el lugar y su gente. Había personas que le bastaban unos pocos días para marcarte y deseabas más tiempo para conocerlos. Veías esas caras de ojos llorosos, escuchabas anécdotas y palabras bonitas y sentías la pena de su partida. En esos momentos pensabas en tus compañeros y nuevos amigos/as que cierto día se irán o tú te marcharás sin saber si volverías a verlos. Por esa razón, había que aprovechar al máximo cada cena, cada hora de trabajo y cada noche compartiendo habitación para que, aunque efímero fuese el tiempo juntos, mereciera la pena cada instante.
Si las partidas de voluntarios con los que no te habías relacionado mucho las sentías cercanas, cuando se marchaban esas personas que al verlas sonreías, esas con las que parecía que el tiempo se detenía y solo estabais vosotros, eso sí que era duro. ¿Coincidiremos de nuevo en algún lugar? ¿Volvería a verlos/as? ¿Podría ir a visitarlos/as algún día? No podías responder, pero eras consciente de los caprichos del azar y tenías que creer que sí era posible para que la despedida no fuera un adiós, sino un hasta pronto.
Eso era lo mejor y lo peor que tenía este lugar. Conocías gente maravillosa, tan interesante como agradable que llegaban y se iban. Y sin embargo, los días continuaban y la rutina permanecía inmutable, aunque el equipo de voluntarios estuviera en continuo cambio.
Con tantos cambios, Kusiy era una constante cada mañana. Estas últimas semanas había estado trabajando con otra chica encantadora, hasta que fui sola. Esas dos ocasiones en las que estábamos solos, echaba en falta la compañía de otra persona con la que hablar y poner en práctica los idiomas. Sin embargo, me gusto estar a solas con Kusiy. Podía observarlo en silencio, atendiendo a cada uno de sus gestos y acciones pudiendo entenderlo cada vez un poquito más.
Kusiy había vivido toda su vida rodeado de humanos, desde sus negligentes dueños hasta que CIWY lo tuvo en sus manos. Ambue ari ha sido su hogar y los cuidadores y voluntarios su familia, razón por la cual a Kusiy le encanta la gente y sobre todo los nuevos. Sin embargo, que haya vivido desde cachorro con humanos no lo hace menos peligroso, de modo que a los voluntarios se les enseña los estrictos protocolos de seguridad y siempre iban acompañados durante su formación con voluntarios experimentados y/o cuidadores del santuario. Acabada la larga formación, trabajabas, salvo ciertas ocasiones, junto con otro/a voluntario/a formando parte del “Team Kusiy”.
Durante el entrenamiento se insiste en comprobar constantemente candados, puertas corredizas y cerrojos tanto antes de entrar al recinto como al fin de la sesión, para cerciorarse de que el animal está seguro en su selva en miniatura y mantener la seguridad en el parque. De manera que cuando los cuidadores o voluntarios entran a trabajar en el recinto principal, Kusiy permanece encerrado en una jaula de menor tamaño (jaula de manejo) tras los barrotes de dos pesadas puertas corredizas. Nunca hay contacto directo con el animal, siempre se encuentra de por medio una valla y medio metro de distancia de seguridad con la misma.
Era increíble poder estar ahí, mirándolo, caminando a su lado, pero nada podía comparase cuando eras capaz de responder a uno de sus gestos sabiendo lo que quería decirte. Una simple mirada para comenzar a correr bastaba para sentirte realizada y querer volver a trabajar mañana.
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