Tres semanas en Nicaragua: retos y aprendizajes. 21 de agosto de 2025.
Tres semanas han pasado desde que puse mi primer pie en Nicaragua. Aunque suelo adaptarme con facilidad, debo reconocer que en esta ocasión la experiencia se me está haciendo más cuesta arriba. La fundación nos trasladó a mi compañero y a mí a otra vivienda porque las condiciones en las que vivíamos dejaban mucho que desear y, en una ocasión, ambos enfermamos. La dieta, tan monótona y poco variada, es sin duda lo que más me está afectando. Además, aunque el bullicio de este pueblo hace que olvide lo pequeño que es, sé que, de no ser por las escapadas que organizamos los fines de semana, me sentiría bastante limitada. La falta de supermercados y opciones de ocio, la rutina repetitiva y la escasa higiene siguen suponiendo un obstáculo a la adaptación.

Por otro lado, me considero muy afortunada de poder trabajar con el equipo de la fundación. Nos hacen sentir acogidos y parte esencial del funcionamiento del lugar, sintiendo que mi labor es valorada. No obstante, la organización por parte de la fundación resulta muy deficiente. Se nos han intentado imputar gastos que no corresponden y existe falta de transparencia en la gestión. Además, las condiciones de higiene son inadecuadas para tratarse de un sitio que trabaja con niños y recibe voluntarios de todo el mundo.
Por último, me gustaría destacar que, aunque la ayuda concedida me permitió acceder a esta oportunidad, resulta claramente insuficiente. Solo los vuelos y la manutención superan el presupuesto, sin contar el coste del seguro, las vacunas, el desplazamiento al llegar, ni los gastos del día a día. Esta opinión es compartida por el resto de voluntarios que estábamos en Camoapa y supone una dificultad añadida a la experiencia.
La despedida de Camoapa: reflexiones y transformación personal. 12 de septiembre de 2025.
Hace ya una semana que mi experiencia de voluntariado en Nicaragua terminó y que finalmente he podido asimilar la vuelta a casa y las emociones vividas. El haber compartido la rutina y las salidas con más voluntarios se convirtió en toda una suerte; estuvimos en sintonía desde el principio y nos convertimos en una bonita red de apoyo entre nosotros, habiéndonos conocido hacía tan solo unas pocas semanas.
Volver a España ha hecho realidad ese choque cultural del que ya me habían avisado los voluntarios más experimentados. Se hace extraño volver a mi vida de siempre, pero con una mirada distinta.
He vuelto a casa y tengo un supermercado a dos minutos, puedo lavarme los dientes con el agua del grifo sin llevar una botella de agua potable en mano a todas horas, y tirar de la cisterna del váter con solo apretar un botón. Gestos tan cotidianos y obvios que ya no me pasan tan desapercibidos.
La despedida no fue fácil. Tenía ganas de volver, sí, pero no contaba con lo raro y chocante que sería decir adiós a un lugar y a una gente que se habían convertido en mi día a día. Me había acostumbrado a Camoapa más de lo que imaginaba, a sus ritmos, a su calidez, a los niños.
En cuanto a Luceros del Amanecer, la experiencia tuvo luces y sombras. Las cosas siguieron su curso habitual y no hubo más sorpresas económicas. Sin embargo, sigo pensando que su organización es bastante mejorable: muchos voluntarios pasamos largas horas sin una tarea clara, y eso hace que uno cuestione el impacto real de su presencia allí. Aun así, el equipo de la fundación siempre estuvo pendiente de nosotros, incluso después de haber partido para España. La actividad de despedida fue muy emotiva, bien preparada, y se notaba que detrás había trabajo y cariño.
Por otro lado, ya de vuelta, hablando con amigos y familiares, me doy cuenta de lo poco conocido que es Nicaragua. Es un país completamente infravalorado. Su naturaleza es imponente, salvaje, y su gente es hospitalaria y entregada. Me sorprende y me entristece que no se hable de su situación política ni de los desafíos sociales que enfrenta con el gobierno autoritario de Daniel Ortega. Y siendo totalmente honesta, yo misma nunca me había interesado por ello antes de vivir esta experiencia. Ha sido mi paso por allí lo que me ha hecho entender la ignorancia que forma la burbuja en la que vive Europa y lo poco que sabemos de las injusticias que se dan en otras partes del mundo porque “no nos afecta”.

Este tipo de experiencias te transforman el estilo de vida y la forma de enfrentar el día a día. No todo el mundo tiene la oportunidad de vivir algo tan rico, y me siento afortunada por haberlo hecho. Me alegra y me enorgullece trabajar no solo en mi formación académica, sino también en mi crecimiento personal y en la clase de persona que quiero ser.








El Salvador, es el país más pequeño de todo Centroamérica, cuenta con una superficie de apenas 21,040 kilómetros cuadrados y 6,3 millones de habitantes. Es un país joven: casi la mitad de su población (47,9%) tiene menos de 29 años, de acuerdo con la ONAC (Oficina Nacional de Estadística y Censos). Pero juventud no siempre significa prosperidad, a veces se traduce en contrastes, puesto que la pobreza multidimensional, va en aumento. Mientras en 2019 el 22,8% de los hogares vivía en pobreza, en 2023 la cifra creció hasta el 27,2%. Datos duros que evidencian desigualdades, sí, sin embargo, pretender conocer a El Salvador a partir de la mirada solemne de las cifras, sería un error.



