No puedo más. Pongo fin al silencio de este espacio, en pleno tránsito intelectual y vital. Sin entrar en detalles biográficos, que no son sino anécdotas en este océano de vidas que es nuestro mundo, tengo que compartir la enorme dificultad que supone haber desmontado y volver a reordenar mi biblioteca, discoteca y videoteca. Nunca hubiera “imaginado” (nombre de este blog) la tremenda dureza que representa verte en el espejo de lo que es la obra de coleccionismo y lectura de toda una vida. Cada documento, cada DVD, cada libro sobre todo, son interrogantes que te lanzan preguntas. Y lo peor es que algunas no tienen todavía respuesta, más de 30 años después. Su ubicación en el nuevo espacio, siempre pequeño para tantos ejemplares, es una decisión estratégica, intelectual, es un posicionamiento ante el futuro más inmediato. Colocar un solo libro es construir un entorno, dejar cerca un contenido que te espera, que te observa, en las interminables horas de ordenador y estudio que representa la vida universitaria. La nueva atalaya que construyo es mental, pero tiene una implicación física, puramente física, que me hace preguntarme quién soy y cómo he llegado hasta aquí. Y la respuesta no siempre es fácil. Así, el semiótico de la cultura y la de la imagen que se agazapaba detrás de viejos territorios intelectuales, ha salido al mundo en este tiempo de mudanza. Ha visto el mar y la montaña, ha comprendido que vivir hubiera sido algo mucho más sencillo, en comparación con el complejo proceso que evidencian los libros amontonados en el salón. Y, desde ese nuevo territorio del alma, emerge una mente que ahora sabe mucho más, quizá demasiado, y que, por primera vez, intuye que, para determinadas cosas, es posible que sea demasiado tarde. O no, quizá todo empieza justo ahora.
Y así, con una actitud positiva de inicio, uno descubre decenas de discos de Charlie Parker o Cannonball Adderley, como no puede ser de otra manera, pero también se sorprende porque tiene más música clásica que jazz, además del Rock y el Pop, que es comunes a mi generación, junto a los cantautores que me han ayudado, literalmente, a sentir y vivir. Y, en ese océano de cajas y bolsas de rafia, se esconden textos propios que uno ya no recuerda, y que fueron una línea de investigación, que otros siguieron y consolidaron. Mis propias letras, mi propio pensamiento, metido en una bolsa del Mercadona, para recordarme qué fue de aquel entusiasmo por la teoría, por la comunicación corporativa, por la publicidad, por la propia educación artística. Y surgen las dudas. Dónde colocar a los viejos y eternos autores, a Aristóteles, a Roland Barthes, a Umberto Eco. Dónde ubicarte tú en torno a ese discurrir de siglos y décadas. Por qué estuvo escondido aquel pequeño libro, que hubiera sido el detonante de tantas emociones, de tan buenas ideas. Por qué me lleva a la melancolía mi colección de Granada. Seguramente, por no haberla recorrido en profundidad. Dónde ubicar los catálogos de fotografía, que me miran siempre como esperando a que libere tiempo para disfrutarlos. Capa, Cartier-Bresson, Marín, Català-Roca. Cuál es mi mirada después de todo ese aprendizaje.
Dónde ubicarte tú en torno a ese discurrir de siglos y décadas
Qué hacer con esas imágenes de Sierra Nevada, si al fin y al cabo la quiero recorrer y voy con décadas de retraso. Qué pensar sobre las teorías de Keynes, o de Marx, o de Elliot Eisner, y dónde ubicarlos, para que no me dejen en evidencia en los próximos años, por el descontrol vital que representa la propia vida, la dinámica contra-intelectual que es nuestro tiempo y, por desgracia, muchas veces, la Universidad. Cuándo leer esa biografía de Billie Holiday que tengo ahora a un metro. Por qué he alejado la novela y la poesía, si cada vez me humaniza y me conmueve más. Me creía ensayista y, quizá, me redescubro poeta.
Nunca fui un ratón de biblioteca. Seguramente, aprendí más con los viejos amigos, en los bares de mi ciudad. Sin embargo, esta atalaya se fue construyendo, a veces, prácticamente, sola, como por inercia. Y una colección tan personal es la obra de toda una vida, hecha a retazos de miedo e ilusión. Construida con mucho dinero y tiempo, gracias a cientos de horas en las librerías de Granada, como Babel o Picasso. Ir a esas tiendas fue mi ocio durante años, mi única salida del fin de semana, en ese marco auto-competitivo que es mi profesión. Y en cada título, en cada ejemplar, vi en su momento un camino, una ventana al anchuroso mundo de la existencia. Sin embargo, todos de golpe, ante mí, representan un espejo casi deformante, un paisaje que emite un ruido emocional e intelectualmente ensordecedor. En los discos clasifico por instrumentos, por épocas. En los libros por temáticas, aunque compruebo que todo es pensamiento puro, desde la propia filosofía hasta el arte o los manuales de educación. Confieso que he vivido como un teórico. Me bloqueo, me tengo que detener. Horas, días. Pienso en el cielo que me observa, a veces tan azul.
Mención aparte merecen los cientos o miles de DVD que utilizaba para llevar el cine clásico a las clases de análisis fílmico. Un nuevo televisor espera para revisitar todo ese universo que, en su momento, me apasionaba tanto como para haber dedicado décadas al estudio de la comunicación audiovisual. Cómo se vuelve a ver el cine mudo, cómo proyecto ahora mi identidad ante la emoción de Buster Keaton o Harold Lloyd. ¿Me aburrirán Murnau o Fritz Lang? ¿Seguirá siendo Hitchcock el mejor? ¿Seguirá el cine siendo esa proyección de nuestro propio ser? ¿Quién es capaz de tirar a la basura todo eso?
Una colección tan personal es la obra de toda una vida, hecha a retazos de miedo e ilusión
Esta tarea, que terminaré, y desde ahí construiré una hoja de ruta, requiere de un ritmo concreto, no se puede acelerar. Demanda silencio absoluto. Sin embargo, también resulta imprescindible para mí poder contarlo, compartirlo, expresar la enorme riqueza que puede acumularse en ilusiones a través de la colección de toda una vida. También la espesa selva en la que puede convertirse tu propia mente, cuando has transitado por contextos profesionales e intelectuales tan distintos y lejanos. No añoro el viejo orden, era necesario el oxígeno y la altura de miras, pero la construcción del nuevo no es una sencilla acción de colocar un libro en una estantería. Hay tesis doctorales sobre las bibliotecas de autores de prestigio. Quien sepa hilar fino, no solo encontrará volúmenes y monografías, sino recortes de prensa, anotaciones, viejas libretas y un sinfín de testimonios vitales que explican por qué la vida de ese propietario de la biblioteca discurrió como discurrió. Menos mal que ese estudio solo lo haré yo. En mi caso, por haber vivido tan intensamente esta tarea, podría dar una conferencia mirando los títulos de una sola estantería. Al fin y al cabo, estos libros han sido mi mirada, mi manera de vivir la propia inquietud ante el mundo, el reflejo de mi soledad, pasada, presente y futura. Leer, escuchar y escribir, además de un acto de valentía y honestidad, se vuelve a convertir, quizá desde hoy, en una forma de resituarme en el mundo. Mi biblioteca ha sido y, seguramente, será, mi forma de resistir frente al tiempo que nos ha tocado vivir. Lo voy a conseguir.
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