Llegué a Bolivia el día de mi cumpleaños. Quién me iba a decir hace unos meses que cumpliría 25 atravesando el Atlántico, sola y de camino a un país en el que nunca había estado. Un país que se sentía ajeno, pero no del todo desconocido. Parece que, por cosas del destino, las casualidades o el universo, hace casi ya 2 años apareció en mi vida mi amiga Noe. Mi amiga Noe, nacida en Cochabamba pero que ha crecido en La Paz, se convirtió en mi enlace con Bolivia. A través de ella conocí trocitos de su cultura, de su comida y poco a poco me hizo sentirme conectada con este lugar en el que ahora me encuentro, pero que no me habría imaginado visitar tan pronto. Ella me ha ido hablando de todo; de la compleja situación política, económica y social en la que se encuentra el país; de como extrañaba su gastronomía (de la que ya había tenido la suerte de probar algún plato hecho por ella); de cómo extrañaba su cultura, su diversidad de paisajes, de climas, de formas de ser; cómo extrañaba a su gente.

Y así, con estas pequeñas conexiones y ventanas que había abierto desde la distancia, llegué al aeropuerto de Santa Cruz. Cansada, con 25 años recién cumplidos y sin una idea clara de cómo iba a ser esta experiencia, pero con muchas ganas de vivirla. Hay cosas que son imposibles de imaginar, son imposibles de proyectar porque no se tiene una referencia previa, no queda más que estar ahí y vivirlas. Después de unas cuantas vueltas por el aeropuerto, una salteña de carne y una empanada de queso, y unas 7 horas de espera, cogí mi segundo vuelo desde Santa Cruz a Sucre, donde me esperaba Miguel, técnico del proyecto en el que colaboraría. Con él hicimos 2 horas de camino en coche hasta Zudañes, el destino final. En el camino no podía dejar de mirar por la ventana, no quería perderme nada. Me sorprendió el paisaje en el que no dejaban de aparecer montañas, los perros que nos veían pasar a lado y lado de la carretera, los pequeños pueblos y casas que íbamos pasando y las cumbias que había puesto Miguel y nos acompañaron todo el camino, género que sabía por Noe que no iba a dejar de escuchar.
Teniendo en cuenta que salí de mi casa hacia Madrid el día 20 a las 9 mañana (hora de España) y llegamos alrededor de las 17:00 del 21 (hora de Bolivia), había tardado unas 38 horas en llegar a la que sería mi habitación, mi cocina, mi casa, por las próximas 6 semanas.
Empezaba la experiencia un poco descolocada, había sido un viaje largo e intenso, y tampoco había tenido mucho tiempo para procesar qué estaba pasando. Cuando estaba en la cola para embarcar, veía a mi alrededor y escuchaba a las personas de mi alrededor; pensaba cómo iba a ir en un avión lleno de personas con ganas de volver a su hogar, de ver a sus familias, de estar en su tierra. Y ahora yo tenía la oportunidad de caminar algunos trocitos de esas tierras, de escuchar sus acentos, sus idiomas, de visitar sus comunidades y ver el trabajo que se hacía con ellas, y aportar un granito de arena, trabajar con ellos y ellas, conocer los obstáculos a los que se enfrentan día a día desde cerca, escucharlos, observar, aprender y trabajar juntxs.
Ahora toca irme a dormir, coger el horario, aclimatarme. Mañana ya empieza todo, nos vamos a Sopachuy y desde allí nos adentraremos en las montañas para realizar talleres con algunas comunidades. Esto no ha hecho más que empezar.
Es raro llegar a la mitad, por alguna razón, da la sensación de que estás mucho más cerca del final que del principio. Parece mentira que en tres semanas hayan podido pasar tantas cosas y haya podido cambiar tanto cómo me he sentido, pasar de sentirme completamente perdida y fuera de lugar a que me dé pena el pensamiento de que ya se está acabando, el pensamiento de que en unos meses volveré mentalmente a donde estoy ahora, con nostalgia.
La primera semana fue la más difícil; el cansancio del viaje, el choque cultural, el choque de realidades, sentirte y saberte lejos de tu gente, trabajar en contextos de pobreza y vulnerabilidad, escuchar un idioma que no entiendes, no conocer los códigos, depender de lxs demás para hacerlo todo…

Es curioso el contraste entre cómo creemos que son o van a ser las cosas y cómo acaban siendo. El otro día, después de un taller de capacitación de promotoras comunales contra la violencia de género, comimos con las señoras que participaban. Una de ellas me contaba que algunos de sus hermanos y hermanas habían migrado a Chile o Argentina buscando situaciones económicas y laborales mejores, y que el año pasado había tenido la oportunidad de visitar a su hermano en Argentina. Cuando le pregunté si le había gustado, me contestó que sí, que en realidad no era tan diferente, ella pensaba que iba a ser todo completamente ajeno y extraño y vio que no era para tanto. Creo que eso nos pasa a todxs. Antes de venirme, yo no sabía exactamente qué esperar y lo que más me sorprendió fueron algunas preocupaciones o comentarios de personas de mi entorno. Personas que pensaban que iba a ser absolutamente diferente, ajeno, extraño y creo que algunxs pensaban que peor.
Estas ideas están más metidas en nuestras cabezas de lo que creemos. Ideas racistas, clasistas, eurocéntricas. Como si en nuestros países no hubiese pobreza, no hubiese gente trabajadora queriendo ganarse la vida en un sistema que simplemente perjudica más a unxs que a otrxs, como si no hubiese casos de violencia de género diariamente en las noticias y en nuestros entornos, como si no hubiese poblaciones marginalizadas, lugares y personas donde los recursos no llegan, que parecen que no importan…
Y con esto no quiero decir que no haya diferencias culturales, contextuales, geográficas, pero realmente, en las cosas que importan, es fácil darse cuenta de que las fronteras son mil veces más grandes en nuestras cabezas que en la realidad. Las señoras con las que comí me preguntaban si podían venirse a España conmigo, aunque ellas en realidad solo querían irse a algún lugar en el que trabajar y poder vivir tranquilas. Todas ellas pertenecen a esta iniciativa porque o han sufrido violencia de género anteriormente y se presentaron como voluntarias, o han sido elegidas por sus comunidades para formarse en género y ser el enlace entre sus comunidades y las instituciones, ser la persona a la que otras mujeres que estén sufriendo violencia puedan acudir. A lo mejor a nosotrxs nos faltan más promotoras de género en nuestro entorno, pero en comparación siento que sobre todo nos falta un poco más de comunidad.
Creo que es cierto eso que dicen de que viajar te abre la mente, te expande el mundo. Pero para eso hay que viajar con los oídos abiertos, con los ojos escuchando cada detalle, atender más que hablar, ver más que mirar. Ojalá algo del trabajo que hemos hecho y vamos a hacer en estas semanas deje algún rastro, tenga algún efecto positivo, aunque sea ínfimo. Pero en cualquier caso sé que la que más va a aprender y llevarse de todo esto soy yo.
En estas 3 semanas, que han sido profundamente intensas, me he sentido completamente fuera de lugar, he escuchado cumbia en cada coche, he comido charque, sopa de maní, chocolates Para ti, he cogido unos cuantos trufis, he trabajado en Typica café, he estado con personas que me han hecho sentir en casa, he conocido pedacitos de mi amiga Noe a través de su ciudad y me he imaginado en el Montículo con ella en unos años, he celebrado mi cumple con personas que acababa de conocer, me he puesto un poco mala, he hablado con muchas personas que me preguntaban curiosas cómo había terminado aquí y por qué, he visto varios atardeceres bonitos, una luna gigante desde el teleférico de La Paz, he visto alguna película, he hecho unas cuantas videollamadas, he leído, he escrito, he escuchado, he observado, y creo que después de eso mi mente sí se ha ido expandiendo poco a poco.
Ahora quedan 3 semanas por venir, esas que saben a final, sé que van a pasar volando, pero ojalá me dé tiempo de mucho.
as últimas semanas han pasado rápido y lento al mismo tiempo. Han tenido de por medio unas elecciones inciertas, una reunión con la Red Contra la Violencia de Género de Tomina, talleres de nuevas masculinidades, atardeceres por Sucre, una visita al Valle, una serenata en Zudañes, un tour por La Casa de la Libertad y alguna cosa más.
Han sido semanas de sacar el trabajo adelante y de alguna forma tener lo que sería una vida más establecida en Zudañes. Me quedé el finde de las elecciones por el temor y la incertidumbre general que había frente a lo que podía pasar. En las semanas anteriores yo no había percibido nada raro –más allá de pintadas y grafitis pidiendo votar por uno u otro– todo había estado muy tranquilo. Y así siguió, un compañero me decía sorprendido: han sido las elecciones más tranquilas de los últimos 20 años. Ahora tocará ver cómo sigue todo con la segunda vuelta, esta me tocará seguirla desde la distancia con el deseo que me compartían todas las personas con las que hablaba, que salga quien salga, sea un cambio a mejor, que realmente se preocupe por la gente, que el país no siga en la tendencia que lleva, que hace que muchos sueñen o no vean otra opción que irse, cuando en el fondo el deseo es quedarse en su casa, pero que las cosas vuelvan a funcionar.
Al final, lo que me ha dejado pensando estas semanas, y esta experiencia en general, es que somos mucho más iguales que diferentes, pero hay unos intereses y un sistema que se empeña en remarcar y recrudecer las fronteras y las barreras, mantenernos separados. Además, sigo dándole vueltas a todo lo que tendríamos que aprender nosotrxs, a esa concepción de la comunidad. Durante mi última semana hicimos 4 talleres de nuevas masculinidades en diferentes comunidades indígenas del municipio de Tomina. Se me hacía imposible imaginarme un lunes cualquiera en el centro de Madrid dando un taller de nuevas masculinidades a un grupo de hombres y mujeres que habían dejado de trabajar esa mañana, con lo que eso conlleva, para asistir, escuchar, debatir. Una reunión que en algunos casos incluía otras temáticas de la comunidad, pero en otros habían venido, en muchos casos andando más de 40 minutos solo para participar en ese espacio.
Una parte de los talleres, lo hacíamos con el SLIM, Servicio Legal Integral Municipal, que es el organismo encargado de la atención de casos de violencia de género, pero que en el municipio de Tomina también actúa como defensoría de derechos de niñxs y adolescentes y también de personas discapacitadas. Ellas realizaron una presentación sobre equidad de género y sobre cómo funciona y se aplica la ley 348, Ley Integral para garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia. En el último taller que hicimos, en la única comunidad de las que fuimos en la que la dirigente era una mujer, varias personas les hablaron preocupados del caso de una señora que no estaba presente, que tenía una discapacidad, pero no estaba reconocida aún legalmente y no había podido acceder a las ayudas existentes para su situación. Fue bonito cerrar con ese taller y esa comunidad en específico, ver cómo el ambiente era distinto a otros talleres, hombres y mujeres participan activamente en el debate, se escuchaban lxs unxs a lxs otrxs y se cuidaban lxs unxs a lxs otrxs, en este caso dando la alarma del caso de esta señora e informándose cuáles son los pasos a seguir para ella.
Ojalá otras comunidades se contagiaran de esta forma de funcionar y llegasen a tener también dirigentes mujeres, también en España, y que los espacios se convirtieran en lugares más seguros y acogedores para que todas y todos participemos. Ojalá nosotrxs aprendiésemos o recuperásemos un poco ese sentido de comunidad, de tener espacios de compartir y conocer cómo estamos, de estar pendientes lxs unxs de lxs otrxs, e incluso espacios a los que ir activamente a aprender, escuchar y reflexionar juntxs.
Me gustó cerrar esta experiencia con esa semana de talleres, de alguna forma era lo que le daba sentido a estar aquí, absorber cada detalle de esas realidades, ver en primera persona cómo y para qué se hace todo el trabajo, hablar con las personas y escuchar lo que piensan. De alguna forma, no solo hacer el voluntariado, sino todo lo que he estudiado hasta ahora, tomaba un poco de sentido, tenía un espacio y un porqué.

Por otra parte, en los últimos días ya me hacía falta volver a casita. Estar mes y medio sola, en otro continente y en un contexto completamente ajeno, de arriba para abajo, la mayoría del tiempo tú y tu maleta, es retador y en algunos momentos también es cansado. Los últimos días me quedaba la satisfacción de haberlo hecho, de haber estado aquí, de haber visto, comido, escuchado, olido, apreciado, cada día y cada oportunidad, y con las ganas de volver a mi casita, a mi familia, a contarles todo aquello que había vivido, a enseñarles las fotos y llevarles los miles de imanes, chocolates y recuerdos que había estado coleccionando para ellxs.
Después de estas 6 semanas Bolivia ya tiene también un pedacito de mí, y como decía en la entrada anterior, no me cuesta imaginarme volviendo en unos años, sentada en el Montículo con mi amiga Noe después de comer sopa de maní.