Los primeros días: un choque de realidades
Recordar mi experiencia en Tegucigalpa es como revivir un sueño. Tengo recuerdos que a veces se vuelven borrosos, pero todos ellos están impregnados de una emocionalidad muy fuerte. Antes de viajar me pasé horas viendo vídeos, fotografías e intentando imaginar cómo sería todo: con quién viviría, qué cosas haría, cómo sería mi día a día. Creía que podía anticipar algo tan grande, pero ninguna de esas imágenes se acercaba mínimamente a lo que realmente viví.
Mi intención inicial era llevar un diario que me permitiera registrar cada momento, cada emoción, cada pequeño detalle que pudiera escapárseme. Sin embargo, pronto descubrí que aquello era imposible: había demasiado que sentir, demasiado que aprender, y ponerlo en palabras resultaba imposible.
Los primeros días fueron un auténtico bombardeo de estímulos. Honduras me recibió con una mezcla de dureza y ternura. Recuerdo la sensación extraña de no poder salir sola a la calle, de depender de alguien para moverme con seguridad. Recuerdo las casas sencillas, muchas construidas de madera, de lámina, otras apenas sostenidas sobre colinas de tierra. En cada esquina había niños con ropa gastada, algunos pidiendo dinero, niñas cargando a sus hermanos pequeños en brazos como si ya fueran madres a pesar de su corta edad.
También recuerdo los jóvenes que compartían sus historias de sacrificio para poder estudiar: algunos caminaban más de dos horas cada mañana para llegar al colegio; otros trabajaban desde muy pequeños para poder ayudar a sus familiares.
Pero junto a esas escenas duras descubrí la otra cara de Honduras: la calidez de la gente, la música y bailes que nos enseñaban, los colores tan vivos de las paredes, el olor de las comidas típicas, pero sin duda lo que más me sorprendió fue toda la naturaleza y los maravillosos paisajes verdes que tenían.

Acostumbrándonos a una nueva vida
Con el paso de las semanas comencé a sentirme plenamente integrada. Después de un mes allí me di cuenta de que, a pesar de las incomodidades y los retos, me sentía plena. Levantarme a las 4:30 de la mañana era difícil, pero lo hacía con la certeza de estar viviendo algo único, que me hacía sentir la persona más feliz y privilegiada del mundo. Muchos dicen que estas experiencias sirven para valorar más lo que tenemos en casa, y es verdad, pero mi gratitud no se dirigía tanto a lo que me esperaba en España como a lo que estaba viviendo en Honduras. Me sentía agradecida por cada instante, aunque también me acompañaba un pequeño síndrome del impostor al pensar que estaba sacando adelante un proyecto grande por mi cuenta.
Después de una hora de autobús por carreteras sin asfaltar y montañas cubiertas de verde, llegar al colegio era como llegar a mi segunda casa. Los compañeros se alegraban de verme y los niños corrían a abrazarme con esa energía que derriba cualquier cansancio. Las jornadas eran largas, de unas diez horas, entre las actividades del TFM, el apoyo psicológico y pedagógico, y las dinámicas de acompañamiento. Acababa agotada, pero con una satisfacción difícil de describir.
Cada semana conocía a alguien nuevo que me contaba su historia, me enseñaba sobre Honduras, me enseñaba la importancia de la religión o simplemente compartía momentos cotidianos. Los fines de semana viajábamos para colaborar en proyectos distintos: repartir uniformes en comunidades alejadas, dar talleres, acompañar a jóvenes en su formación. Esas oportunidades de conocer diferentes realidades, familias y escuelas fueron de lo más enriquecedor. Me sentía muy afortunada de poder aportar mi granito de arena a mejorar en pequeños aspectos, pero a la vez una frustración enorme sintiendo que esto es mucho más grande, t que la realidad del país es muy difícil de cambiar. Constantemente una ambivalencia de emociones.
No solo permanecimos dos meses en la misma ciudad, sino que nos trasladábamos a otras zonas: recuerdo con cariño la populorum de Marcala, donde convivimos con jóvenes estudiantes, o la comunidad de El Rifle, perdida entre montañas, donde apoyamos en el colegio. Cada lugar nos regalaba una experiencia diferente y única.
Uno de los aspectos que más me marcaron fue la riqueza cultural del país. La música, por ejemplo, está presente en todo momento, la punta garífuna me maravilló con su energía y su vitalidad. Tener la oportunidad de bailar con la gente local era en una oportunidad.
La comida también fue una ventana a la identidad hondureña. No había día que no comiéramos tortilla y, por supuesto, el café hondureño, uno de los mejores que he probado en mi vida, con un aroma y un sabor que parecían contener toda la esencia de la tierra.

El regreso
La vuelta a España fue dura. Aunque intentamos mentalizarnos, nunca es lo mismo imaginarlo que vivirlo. Recuerdo la primera vez que abrí el grifo y bebí agua sin pensar, y lo chocante que me resultó ese gesto tan automático, después de dos meses en los que hasta un vaso de agua requería cuidado.
También fue difícil responder a la pregunta inevitable: “¿Qué tal en Honduras?”. ¿Cómo resumir una experiencia tan profunda en pocas palabras? ¿Cómo explicar
la mezcla de alegría, dureza, gratitud, dolor y amor que viví allí? Por eso, la mayoría de las veces prefiero recomendarlo, animar a otros a vivirlo por sí mismos.

Lo que más extraño son los pequeños detalles: los aguacates gigantes, las baleadas de la señora de la esquina, los viajes interminables en autobús, los niños que corrían a abrazarme cada mañana, los amigos con los que compartí cada instante, las conversaciones al atardecer, la sensación de pertenecer a una comunidad, el aprender constantemente cosas nuevas de la cultura, la incertidumbre del día a día, el poder ayudar a los demás.
Hoy, al mirar atrás, me siento profundamente agradecida: a la fundación ACOES por la oportunidad, a mi familia por confiar en mí, a mis amigos por acompañarme, a la población hondureña por abrirme las puertas de su vida y cultura, y sobre todo a los niños y niñas, que me recordaron la importancia de cuidar siempre de la infancia.

Dejamos un enlace a un vídeo de su intervención para reducir los estereotipos de género en la infancia a través del juego: https://www.instagram.com/reel/DOJjlEIk-1I/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=YXVuOTZsNmU3Y2Iy