Revisando la historia, casi a hurtadillas, con la sensación de que uno hace algo prohibido, he conseguido leer este número de la colección «Grandes mujeres» de National Geographic, en su segunda edición. Es el monográfico titulado «Clara Campoamor. La lucha por los derechos de la mujer«, en una serie de coleccionables que, sin mucha previsión, voy encontrando en el kiosco de Pablo o de Paco, en Recogidas o en el Zaidín, de Granada, que es donde últimamente descubro joyas como ésta, y no deja de sorprenderme cómo el sector editorial sigue apostando por una calidad y un nivel intelectual que, por contraste, mucha gente parece despreciar. Ojalá que no sea así y que estas iniciativas sigan siendo rentables, como lo son los especiales de filósofos o de historia de esta editorial, con los que tanto estoy aprendiendo. Y digo que su lectura es casi algo prohibido porque, por desgracia, la actividad universitaria, al menos la mía, se sustenta con reuniones que no conducen a ninguna parte, con acciones burocráticas que no acierto a comprender, con tutorías que muestran, en gran parte de los casos, el reflejo de un sistema donde lo intelectual ha dado un gran paso atrás, en beneficio de la consolidación de una gran telaraña administrativa. Un consumo de tiempo que te atrapa. Y son pocos, la verdad, los momentos en los que tengo la sensación de aprender o enseñar algo en la actividad profesional que se me exige. En resumen, se me espera para otras cuestiones, que van desde validar facturas hasta rellenar pliegos, pero no para hablar de los contenidos tan interesantes como éste sobre el que hoy escribo, aunque no trate directamente sobre educación artística o mediática. Es verdad, sin embargo, en determinadas ocasiones de esa vida universitaria hay momentos que te reconcilian con el sentido de la actividad académica, pero de esas luces y sobras hablaré otro día.
Ahora comprendo la importancia de la historia
Recuerdo que el presidente de la extinta caja de ahorros, CajaGranada, donde pude trabajar muchos años y aprender tantas cosas, también buenas y malas, Antonio Claret García, sentía pasión por la historia. Y, como de eso hace ya más de una década, él y yo estábamos en momentos diferentes. Yo todavía no comprendía el valor de la historia y sentía mucha más pasión por la semiótica de lo contemporáneo o el análisis de la cultura digital, al calor de las modas universitarias en Ciencias Sociales. De esa época, como una aportación a la ciudad de Granada, quedó el proyecto del Centro Cultural Memoria de Andalucía, con un museo interactivo que se centraba, precisamente, en la historia. Con el tiempo, voy comprendiendo su sentir, sus inquietudes. Ahora, algo tarde, empatizo con él. El tiempo va haciendo que asimile cómo, a medida que vamos comprendiendo el mundo, nos interrogamos acerca de cómo hemos llegado hasta aquí. Nuestro origen nos empieza a apasionar. Y, por ello, me siento cada vez más en deuda con las personas que fueron pioneras en los avances sociales y en la lucha por cuestiones básicas de igualdad y dignidad, como fue el caso de Clara Campoamor, entre otras muchas mujeres que trabajaron para esa transformación, cuyo recuerdo fue segado por la dictadura. Hoy, son muchos los colectivos o agrupaciones que le han rendido homenaje, y alguno lleva su nombre. El más próximo, para mí, en la localidad de La Zubia, en Granada. El busto de Clara Campoamor está en un sitio destacado del Congreso de los Diputados, en el acceso al hemiciclo (creo que hasta 2007 en un sótano). El valor del trabajo de esta abogada, feminista y abanderada de un sentido común en tiempos de barbarie, no es ningún descubrimiento. Sin embargo, en su lectura cruzan mi mente algunas sensaciones que, al comprobar su devenir biográfico, nunca hubiera imaginado. Son instantes fugaces de su trayectoria, momentos en los que, a lo largo de la lectura, no puedo evitar pensar qué estarían haciendo mis abuelos ese mismo día, en la España de la década de los 20 o los 30, en los años del exilio.
Lo primero que uno piensa es en la valentía, en el arrojo que hay que tener para ir contracorriente, porque la inercia era exigir a una mujer que se estableciera, mental y físicamente, en el rol que la sociedad tenía preparado para ella, como madre de familia dedicada a sus labores. Impresiona pensar que, desde las propias izquierdas republicanas, el rechazo a los derechos de la mujer estaba presente, por más que queramos idealizar el republicanismo desde la lejanía. También, cómo no, da mucho que pensar el famoso debate parlamentario con la socialista Victoria Kent, otra pionera (ojo, no del PSOE, sino del Partido Republicano Radical Socialista, que se fusionaría en el 34 con el Radical Demócrata). El PSOE, me atrevería a decir, era esos años más radical, por la influencia de Largo Caballero, que los que llevaban el propósito de la radicalidad en su denominación, lo que nos indica que eran tiempos en los que la moderación no estaba tan valorada. Campoamor defendió y consiguió que las mujeres tuvieran derecho al voto, aunque se cumplieron los peores augurios de Kent: ese voto femenino, tal y como se había advertido, posiblemente favoreció a la derecha, por influencia de la Iglesia y de la escasa preparación de la población femenina. Me recuerda, esa polémica en la que Kent llevó razón, a corto plazo (después, en el 36, ya sabemos, ganó el Frente Popular), la lectura de otro libro que quedó a mitad, también por los azares laborales: «Victoria Kent. De Madrid a Nueva York» (Ed. Los cuatro vientos, 2018). Tal y como se afirma en el libro de National Geographic, como resolución de aquella polémica: «Si en 1933 las españolas habían sido consideradas las grandes ‘asesinas’ de la República, supuestas responsables de la victoria conservadora, nadie parecía percatarse de que los resultados del Frente Popular enmendaban aquella acusación falaz» (p. 95).
No se comprende nada sin tener en cuenta el legado de Concepción Arenal y la suma de diversos nombres propios, hoy más o menos conocidos, como María Lejárraga, Concha Espina, Emilia Pardo Bazán, María de Maeztu, Margarita Nelken, Carmen de Burgos, Benita Asas Manterola, Paulina Luisi, María Cambrils, María Telo o Rosario de Acuña, se convierten en un listado para comprender cómo la valentía y la lucha por la igualdad y la justicia fueron posibles en una España tan convulsa y, me atrevo a decir, tan inocentemente despiadada y confundida. Tanto, que el libro que Clara Campoamor dedicó a criticar la desorganización republicana en las primeras semanas del golpe de estado del 36, fue retirado por la propia autora, reconociendo que podía ser un arma para los insurrectos. Me impresiona, de esta biografía, la determinación para estudiar Derecho ya con cierta edad para la época, algo que me afecta especialmente, ya que siempre siento que voy tarde para acometer los estudios pendientes. Esa voluntad le llevó al prestigio como abogada y a ser parlamentaria a los cuarenta años, quedándose fuera de circuito en la siguiente remesa, precisamente en la del Frente Popular. Ni cambiando de partido (de Acción Republicana al Partido Radical) consiguió ser diputada por segunda vez, sintiendo la presión de un establishment profundamente machista, además de la común reacción negativa ante el talento, el éxito y el prestigio, algo común también en nuestros días.
Se aprende de su moderación en el grito radical de igualdad, de su radicalismo en un ambiente sórdido, donde se inventaba el fascismo
Impresiona, también, que tuviera que emplear su capacidad argumental para luchar contra las afirmaciones de personalidades como Gregorio Marañón y el gran José Ortega y Gasset, que veían lógica la limitación de la proyección pública y social de la mujer. Se enfrentó, en un caso, al también abogado entonces Niceto Alcalá-Zamora, en el que se dirimía el reconocimiento de paternidad de su cliente. Las leyes permitían el divorcio medio siglo antes de que volviera a ser posible. Algún tiempo después, visitaría al ex-presidente en su exilio común americano, lamentándose ambos de la democracia perdida. Y es ahí, en esos viajes del exilio, donde sufro, más que aprender. Su viaje a Suiza, su marcha a Argentina, sus viajes fugaces a España para sondear su vuelta, imposible por su pasado masónico, la pérdida de su madre, su vuelta a Suiza y la enorme añoranza de su país, que me vuelve a hacer pensar en los que sí se quedaron, haciendo más o menos desde dentro, resistiendo, sobreviviendo, que no era poco. Su moderación en el grito radical de igualdad, su radicalismo en un ambiente sórdido, donde se inventaba el fascismo. Su pensamiento, su entusiasmo, su acción social, su profunda tristeza por España. En la lectura de este especial, me impresionan los intentos deel dictador Primo de Rivera por aprovechar su figura y popularidad, así como la enorme sorpresa por el abandono de los aliados y la simpatía de Estados Unidos por Franco tras la Segunda Guerra Mundial, noticias seguidas por Campoamor desde una dolorosa lejanía. Además, la nueva sombra de la dictadura argentina. Todos estos azares, para ser conectados en la interpretación de la historia, solo me llevan al entusiasmo por conocer más, y a la procupación por el hecho de que, sin comprender en España los siglos XIX y XX, es normal que las nuevas generaciones no entiendan absolutamente nada.
Y, en todo eso, siempre hay un detalle que se me clava en la mente, como es su mesa de escritorio, que descubro que siempre conservó. ¿Cómo trasladó esa pesada mesa? ¿Cómo se articulaba eso en aquel tiempo? ¿Cómo salvaba su escritorio mientras, en el primer barco que tomó vía a Italia, los fascistas hicieron que la interrogaran en Génova? ¿Cómo sería la tensión de ser identificada y denunciada en aquel verano del 36? ¿Qué esperanza tendrían los exiliados, las exiliadas, meses después, años después, décadas después? ¿Cómo se iba apagando la esperanza desde el exilio? Mucho antes de eso, ¿cómo sería aquel momento en el que, con la vida por delante, celebraba su licenciatura en Derecho con una sesión de fotos? Emociona ver en las imágenes ese peinado, tan parecido al de mi abuela materna, tan de moda en una época. Quizá leer su biografía, aprender sobre nuestra historia, es volver a tener presente su expresión del compromiso, del amor en su intimidad, con quien le acompañó durante décadas, de su firme sentido de la responsabilidad, imaginando su liderazgo y oratoria, sus sueños durante el fatídico siglo XX. Murió, sin volver a vivir a España, justo el año en el que yo nací, en 1972. La ficción audiovisual nos ha dejado un guiño y un homenaje en la serie El ministerio del tiempo, en el que una joven de otras generaciones le agradecía la lucha por los derechos de la mujer. Su legado, posiblemente, es eso y mucho más. A lo mejor este post no es más que un pequeño homenaje.
La última portada es, entre otras muchas publicaciones, otra de las lecturas pendientes, junto a su propia obra. Me detengo, finalmente, a significar algunas citas de este trabajo, redactado por Carme Mayans y Àlex Sala, dirigido por Josep María Casals y editado por José Enrique Ruiz-Domènec, según figura en el staff de este especial dedicado a grandes mujeres:
«No fue Clara una mujer complaciente o cobarde, no se atuvo a convenciones que no respondieran a sus firmes valores en defensa de la libertad, la justicia y la igualdad» (p. 4) / «… su creencia en la capacidad individual para la mejora de la propia vida es tan poderosa como su convicción de que el Estado y la política sirven para garantizar la igualdad de derechos y la justicia social, convicción a la que sumaba us creencia europeísta e internacionalista…» (p. 7) / «Reformista antes que revolucionaria. Campoamor fue demócrata radical en un tiempo en el que el fascismo arrasó Europa» (p. 7) / (De sus propios discursos) «Toda mujer, por el hecho de producirse con acierto en terrenos que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona, transforma la sociedad: es feminista» (p. 59) / «Desde la lejana Revoución de 1868 hasta su exilio mediaban muchas conquistas, pero también mucho dolor: Clara no soportaba intersarse por las noticias de España porque la postración a la que había vuelto su condición social y jurídica de las mujeres le hacía sentirse, entonces, ceniza» (p. 112).
Referencia del libro: Clara Campoamor. La lucha por los derechos de la Mujer. National Geographic Historia. 2020, 2ª ed.
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